21. El reencuentro

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Morí de nuevo, asesinada por mi mejor amiga. Con su frío hierro hiriéndome mis entrañas. Sería mucho mejor que me matase un desconocido, un monstruo, cualquier otra cosa que no fuera Lucía. No solo me robaba una de mis vidas, sino que también me rompía el corazón. Aparecí de nuevo en aquel lugar de oscuridad y esta vez me sentí peor que nunca.


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Ya era de hora de que volvieras a morir, ¿no?


Me comí las ganas de darle una mala respuesta, fuera quien fuera se merecía mi rabia. Pero no lo hice y, en cambio, deseé con todas mis fuerzas volver a mi realidad, al Tiempo entre Segundos. Toda la oscuridad se derritió, regresando a aquel camino de tierra en medio del bosque donde dos casas de madera, ambos hostales, se oponían el uno al otro.

Unos brazos me agarraban e impedían que me moviera y Lucía caminaba en mi dirección, con la cara contraída por una furia inaguantable. Detrás de ella, un hombre grande con una cicatriz con forma de araña marcándole parte de la cara: Abdón.

Yo era la Traidora, aunque no traicionara a nadie. Aún podía matar a Maeloc, Hacha me lo dijo, gracias a su poder sería sencillo acabar con la vida del Rey de los Monstruos. Pues para demostrar a Lucía que yo no era la Traidora tenía que asesinar a Maeloc.

Al mirar a los pinos, sentí un horror tan grande que casi me ahogué en él. En el camino y entre los troncos de los árboles había cosas, cosas extrañas y desnudas, cosas que parecían seres humanos cuya carne parecía derretida. Se movían, incluso estando en el Tiempo entre Segundos se movían. Entre ellos, sobresalía el que más miedo provocaba en mí. Tenía una sonrisa con unos dientes que eran como cuchillas de afeitar, piel de ahogado, en el lugar donde tendrían que estar sus ojos había unos bultos que parecían llenos de pus y cerrados con unas puntadas que formaban cruces. Vestía de payaso, de payaso... era el que vi una y otra vez a lo largo de camino, encerrado en cuadros y ahora estaba libre.

—¡Tiempo para adelante!

Sentí la fuerza de los brazos impidiendo que me moviera y Lucía caminaba en mi dirección con la espada en la mano.

—¡Espera! —grité, pero no me hizo caso y la espada volvió a hundirse en mi estómago.

La oscuridad cayó de nuevo.


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¡Bienvenida de nuevo!


—¡Oye, tú! ¡Si tienes algo en mi contra pues dímelo a la cara! ¡Déjate de ocultarte como un cobarde!

En la oscuridad se abrieron una infinidad de ojos. Ojos amarillos, con pupilas de gatos. Ojos arriba, abajo, izquierda derecha... Estaba rodeada por ojos y pensé que quizás no fue una buena idea gritarle, pero me daba igual. Entonces sonó una voz, que me rodeaba siendo imposible saber de dónde venía exactamente.

—Hola, Sabela —me saludó una voz femenina.

—¿Quién eres? —pregunté, dando vueltas, intentando encontrar el origen de aquella voz.

—Yo te di tu poder.

—No lo entiendo —dije, hundiendo la mano en mi melena rojiza.

—Soy una de los Nuevos Dioses y me gustas mucho, así que decidí darte un poder para que pudieras cumplir tu sueño —me contestó ella.

—Eso no me ayuda en nada... ¿No es que hay solo un dios, Helios? —me preguntó y ella se rio.

—¡No, no! Somos más. 

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora