80. Una noche tranquila

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 Esa misma noche, Xoana decide salir de fiesta para celebrar que recuperó tanto los recuerdos como su bonita mano. Aunque al recorrer las calles del pueblo todos nos damos cuenta de que el ambiente no está para ninguna clase de festejo, a menos que pienses hacer un funeral. Un funeral vacío, porque no hay nadie en las calles solo Xoana y Oni rumbo al Parasonmia.

El silencio es una constante rota por los pasos de Xoana y Oni, el murmullo de la conversación entre ellas, el zumbido de los insectos volando alrededor de las farolas, el romper de las olas en la playa, el maullido de un gato que las observa desde la esquina de un callejón y que no tiene ningún problema en tumbarse y enseñarles la panza para que se la rasquen un ratito.

Llegan al Parasonmia, la puerta está abierta y lanza un torrente de luz al exterior. La luminosidad contrasta con el oscuro de la noche, es como la luz del faro para los barcos que se acercan a la costa. Entran y saludan a la camarera, creo que se llama Lía o algo por el estilo. Ella sigue igual de guapa, con sus cabellos rizados y su bonita sonrisa.

—¡Me alegro de verte de nuevo, Oni! Y a ti también, Xoana —dice ella, más contenta que unas castañas —. ¿Qué os apetece de beber, eh?

No parece demasiado sorprendida de ver que Oni ahora tiene la piel roja, dos cuernos bien cucos en la cabeza y una cola que le sale entre el final de la espalda y el comienzo del trasero. A lo mejor ya se lo contaron de antemano la transformación y estaba preparada para encontrarse con la Oni diablesa.

—Una Cefalópodo —dice Xoana, con una sonrisa de oreja a oreja.

¡Qué bien que esté feliz! Aunque la menda está un poco preocupada por todo el asunto del señor de los sueños. ¿No podría escaparse de la mina y comenzar a armar barullo por todo el pueblo adelante?

—¡Yo también! —exclama Oni, igual de feliz que Xoana.

Nada más tener las cervezas en las manos, las dos suben las escaleras del fondo que dan al segundo y último piso. Allí arriba hay dos mesas y un billar, pero nadie juega en él y nadie se sienta en ella. Es decir, no hay absolutamente nadie allí. No hay nadie en todo el bar, solo Lía detrás de la barra leyendo un libro.

—No está mal el sitio, ¿eh? Yo solía venir antes aquí bastante, sobre todo para jugar el billar —dice Oni.

Xoana observa la etiqueta de la Cefalópodo. En ella aparece un pulpo dibujado que tiene en cada uno de sus brazos de tentáculo una jarra de cerveza. ¡No me extraña que tenga pintas de estar borrachísimo!

—Sí, vine una vez con Perita. Aunque la situación no fue la mejor, que recién me cayera por una cuesta y me di un buen golpe en la cabeza —dice Xoana y se mira la mano, parece una niña con un juguete nuevo.

Oni duda y lo muestra en su labio inferior, que tiembla como gelatina.

—Yo... Quería decirte algo... E-es algo importante... —dice Oni.

Arranca poco a poco la etiqueta de la cerveza y las roturas alcanzan los tentáculos del pulpo que va perdiendo su forma. Qué mujer más insegura, parece que se pasa media vida dudando y la otra vacilando.

—¿Lo qué? —pregunta Xoana, que no aparta la mirada de su novísima mano.

—Es que... Estoy pensando en unirme a los Hijos del Sol... —confiesa y a mí me parece un poco raro que alguien tan cobarde como ella quiera ser de una organización que se dedica a exterminar monstruos.

—¿De verdad? —pregunta Xoana, abre y cierra la mano nueva una y otra vez.

—¿Eh? Me lo estoy pensando... pero no sé si es una buena idea... —le contesta la diablesa.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora