91. Cena interrumpida por un visitante indeseado

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Es la hora de la cena de un día desastroso y los dos agentes se encuentran en el comedor del cuartel, iluminado únicamente por una lámpara sobre la mesa en dónde se sientan y su bombilla provoca una luz anaranjada. No es demasiado fuerte, por eso la oscuridad rodea a la pareja y las demás mesas se confunden en la oscuridad.

Rubén corta el filete con rapidez, se lo lleva a la boca y mastica poco, traga y bebe de una copa de vino como si fuera lo último que va beber en su vida. No para ni un segundo para respirar y como que me da un poco de envidia: a mí también me gustaría poder comer y beber, pero ser una fantasma tiene estas cosas.

En cambio Xoana no tocó el filete, tiene el tenedor en la mano y en la cara el ceño fruncido. En su copa también hay vino, pero no le dio ni el primer trago, me acerco a la botella y veo el nombre: Campo de amor. En la etiqueta hay el dibujo de unas abejas sobre un campo verde.

Rubén se sirve más vino en su copa, se lo llena hasta el borde y, al mirar el plato sin tocar de Xoana, le pregunta:

—¿No te gusta? —Ni siquiera espera la respuesta, él comienza a beber aquel vino del oscuro.

—No tengo mucha hambre... —le contesta Xoana desganada, pero de todas formas corta un trozo de filete y se lo mete en la boca, mastica sin ganas.

—¡Tienes que comer si quieres crecer! —le contesta Rubén y lanza una carcajada.

La verdad es que ya se lleva unas cuantas copas de vino encima, tiene la cara un poco roja y el ánimo demasiado levantado para la situación en que están metidos. Pero no creo que la alegría que está mostrando sea totalmente de verdad, hay nerviosismo escondido bajo esa máscara sonriente.

—No creo que esté en edad para seguir creciendo... —suspira Xoana y se moja los labios con el vino.

Rubén continúa comiendo como si fuera el fin del mundo: corta, mastica, traga, bebe vino, corta, mastica, traga, bebe vino, corta, mastica, traga, bebe vino... Es normal que intente disfrutar un poco de la vida en estos momentos tan difíciles, porque bien pueden ser los últimos... ¡Aunque realmente espero que no!

Xoana no disfruta nada, tiene cara de amargada y apenas se tragó dos bocados. Ahora, corta de nuevo un minúsculo trozo de carne y se lo lleva a la boca, después de tragar le dice a Rubén.

—¿Puedo preguntarte una cosa?

—Lo que quieras.

—¿Por qué te enviaron aquí?

—Oh, eso... —dice Rubén mientras se llena la copa de vino, es la tercera botella que se están bebiendo —. Los agentes del cuartel a dónde me enviaron aceptaban sobornos de la banda del Pequeño Nito y querían que yo también me quedara con parte del dinero...

—¿En qué cuartel estabas? —pregunta Xoana.

—Saavedra... Yo no quise saber nada del asunto y a partir de ahí, las cosas comenzaron a torcerse para mí, porque estaba completamente solo en el cuartel y todos los demás agentes me odiaban por no aceptar sobornos... —dice Rubén y vacía la copa de un solo trago.

—Pero tú eres de rango oro, siendo de un rango tan alto tendrías autoridad para... —Rubén interrumpe a Xoana y le dice:

—En esos momentos era de rango bronce, conseguí ser oro en esta isla. En fin, respecto a por qué estoy aquí: en una misión mi compañero intentó matarme y falló, yo lo herí dejándolo bastante mal y me denunció. Todos los del cuartel se pusieron del lado de Roberto y al final acabé en esta isla. Cuando termine con los años que me quedan aquí, dejaré de ser un Hijo del Sol y montaré un restaurante —dice Rubén y sonríe un poquito.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora