134. Los recuerdos perdidos

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 De pronto, no me encontraba en la heladería ni siquiera en mi cuerpo porque el rostro que me devolvía la mirada en un espejo era el de Alarico. En aquella cara de bellas facciones se posaba una tristeza que me conmovió e intenté hablar con la idea de consolarlo. Pero me di cuenta de que no era nada más que una pasajera sin voz, aquello no era otra cosa que un recuerdo y era imposible alterar el rumbo de los acontecimientos.

—¿Por qué me haces esto, mamá? ¿Por qué me odias tanto? —murmuraba Alarico.

Intentó quitarse del cuello un collar que le quedaría mejor a un perro que a una persona. Los movimientos de Alarico eran nacidos de la certeza de que todo intento de liberarse del objeto terminarían en fracaso.

En el reflejo del espejo, pude ver que a espaldas del mouro se dibujaba en el medio del aire un círculo de trazos dorados. A través de él, se compuso la imagen de un pueblo de pequeñas casas blancas bajo un hermoso cielo azul.

Incluso cuando sabía de antemano que yo tenía que aparecer en aquella visión del pasado, me sorprendí al descubrir a otra Zeltia atravesando el portal y mirando con hambre de observar y conocer, de saber a dónde había llegado a través de aquel viaje.

El escenario en donde acabó no eran gran cosa, un almacén oscuro y sin ventanas, cajas de cartón en cuyo interior dormían libros que ya nadie quería leer, un par de bicicletas echadas a un lado, cajas de herramientas que hacían eones que no arreglaban nada. Objetos olvidados que llenaban aquel espacio de olor a polvo con la tristeza de quien se sabe de utilidad caducada

—Hola —saludó mi yo del pasado, me sorprendió advertir en ella una confianza grande, pues desde que me desperté en la cama del bosque, la inseguridad había sido mi compañera más fiel.

—Buenos días, ¿se puede saber cómo has logrado llegar hasta aquí? Pensé que nadie podía entrar en el hotel por culpa de mi niebla —dijo Alarico y la anterior tristeza desapareció o, mejor dicho, la ocultó tras un tono distendido en la voz.

—¿Niebla? No sé de lo que estás hablando, simplemente utilicé mi pulsera como las otras veces —declaró mi otra yo, eso provocó en mí una nueva sorpresa, nunca me hubiera imaginado que yo fuera capaz de utilizar la magia.

—Sea como sea, me alegro de encontrarme con una cara amiga, pues últimamente en mi vida esas no abundan. Mi nombre es Alarico, un placer conocerte —comentó el susodicho, inclinando la cabeza en dirección a la Zeltia del pasado. Realmente él era encantador y no comprendía por qué todo el mundo comentaba que él era malo. Quizás era debido a la influencia de su madre, que desde las alturas envenenaba la mente de los que pululaban en sus dominios.

—Soy Zeltia. ¿Y dónde estoy?

—En la Mansión sin Fin, un hotel propiedad de mi madre.

—¿De verdad? Eso es genial. Tú eres un mouro, ¿no? —preguntó mi yo del pasado, sus ojos miraban a Alarico con una intensidad que me hacía sentir incómoda. Me daba la sensación de que estaba siendo demasiada descarada y lo que me quedaba claro es que mi yo del presente no actuaría de esa manera.

—Has acertado, me sorprende que hayas sido capaz de adivinarlo —le contestó Alarico.

La admiración relució en los ojos de aquella Zeltia y dio unas rápidas palmadas de excitación.

—¡Eso es genial! ¡Nunca había conocido a uno! Pero la verdad es que me los imaginaba más grandes...

Alarico lanzó una carcajada y sentí un poco de envidia, me gustaría ser yo quien le hiciera reír de aquella manera. Aunque técnicamente se podía decir que así había sido, encontraba desconexión entre mí yo del pasado y la del presente. Casi como si no fuéramos la misma persona.

—En realidad, nuestra raza puede tomar el tamaño que desee. No estamos tan limitados como vosotros, pero a la mayoría de los míos le gusta presentarse al mundo con un cuerpo de gran tamaño, creo que por orgullo. Yo no necesito comportarme de esa manera, para relacionarme mejor con vosotros prefiero ser de vuestra altura y peso. En cambio, a mi madre le resulta más agradable la compañía de seres superiores, no obstante he de confesar que ellos nunca me gustaron —declaró Alarico y la voz le salió con toques de tristeza.

—Ya veo, ya... ¿Y se puede saber que estás haciendo en este almacén? No sé, si eres hijo de la dueña supongo que podrías permitirte algo más... —murmuró la otra Zeltia y sus palabras fueron cortadas por el estrépito de una puerta derrumbándose en el suelo.

En la entrada del almacén, a escasos metros de Alarico y mi yo del pasado, aparecieron Sabela y Melinda. Eso me confundió bastante, ¿no era que ellas dos nunca me había visto? ¡Y no solo eso, sino que estaba segura de que ellas me contaron que nunca se habían encontrado con el mouro!

Teniendo en cuenta esto, ¿cómo era posible que estuvieran en el umbral de la puerta mirando al hijo de la Directora con desafío? La respuesta más evidente es que ellas me hubieran estado mintiendo durante todo el tiempo, eso me dolió porque pensaba que Sabela no caería tan bajo. Melinda sí, a Melinda tenía las pintas de ser una mentirosa profesional.

—¡Alarico, malnacido! ¿Acaso creías que te ibas a escapar de nosotras? ¡Ha, parece que has subestimado a Melinda, la maga más poderosa de la isla Caracola! Así que tú y tu amiga quedaros bien paraditos, si no quieres que te chamusque —clamó la pirómana pelirroja y levantó el brazo quemado en dirección a nosotros sin borrar del rostro una sonrisa cruel. Esa actitud de víbora no me sorprendía nada...

—No queremos hacerte daño, pero tenemos órdenes de la Directora de atraparte —comentó Sabela y tenía el bate en la mano, ese que estaba decorado con un ojo y una boca grande. ¿Acaso ella sería capaz de atacarnos a Alarico y a mí? No conocía a la balura de mucho, aunque a pesar de esto no me imaginaba que fuera esa clase de personas. Me sentí decepcionada, a pesar de que en esos momentos nuestra relación estaba un poco tensa, no pensaba que ella fuera realmente mala.

—Sabela, Melinda... pensé que en nuestro último encuentro habíamos llegado a un acuerdo... —dijo Alarico, con los brazos medio levantados y enseñándoles las palmas a las dos hermanas Forte.

—¡Ha! ¿Me estás tomando el pelo? Después de todo lo que la Directora nos contó sobre ti, lo menos que querría es llegar a ningún acuerdo contigo, monstruo. Así que, ¿te vas a venir con nosotras o tendré que quemarte un poco? Aunque para ser sincera, espero que te resistas... hace tiempo que no chamusco a nadie—soltó Melinda y se relamió los labios. No sabía cómo lo hacía para que cada vez me cayera peor y peor.

—¿Entonces no os acordáis de la última vez que nos vimos, de lo que hablamos? Mi madre cada vez está cayendo más bajo... ¡Vosotras dos! ¿Acaso no lo entendéis? ¡Ella os ha robado la memoria, os manipula porque no puede abrir la Puerta Negra sin mí! Y no queréis saber qué se esconde en su interior... —dijo Alarico y esto era como hablarle a un sordo porque lo único que provocó en Melinda fue una expresión de irritación en el rostro acompañada de unas chispas entre los dedos de la mano levantada.

—Melinda... —advirtió Sabela.

—Estoy cansada de tanto hablar, estoy cansada de estar encerrada en este hotel, estoy cansada de ti, Alarico. ¿Y sabes qué? Puede que sea cierto, puede que tu madre nos esté manipulando. Pero también sé que tú eres el responsable de que la niebla nos impida escapar de aquí y sé que la Directora quiere deshacerse de ella, ¿así que problema hay si luego desea abrir esa puerta? Eso ya no es preocupación nuestra —sentenció Melinda.

—No sabes lo que dices, tú desconoces lo que hay detrás de la puerta... —gimió Alarico, sentí en su voz un gran miedo. ¡Era evidente que ellas dos deberían de hacerle caso, no obstante se comportaban como unas verdaderas idiotas!

—¡Me da igual! ¡Bola de fuego! —gritó Melinda y lanzó una gran llamarada justo en dirección a la Zeltia del pasado y Alarico.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora