171. El pez pescado

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Nota del autor

Retomo la historia, aunque de una manera un tanto especial. Lo digo porque lo que voy a hacer es fusionar la historia No matarás a los cerdos con esta. La razón de hacer semejante cosa se explica, a su manera, en el capítulo 136, recientemente integrado. 

Otra razón es que varios personajes de dicho libro tendrá una importancia bastante grande en la parte final y definitiva de la historia, así que tomé la decisión de era mejor que las dos historias hicieran una fusión y pasarán a ser una. 

Además, también os puede interesar un nuevo capítulo que integré en la historia, el 125.

En otro orden de cosas, la verdadera parte final de la historia está siendo escrita en estos momentos. Cada día avanzó adecuadamente, aunque el problema es que dicha historia se va haciendo cada vez más y más grande y, a decir verdad, no tengo demasiadas prisas en terminarla y quiero explorar todas las posibilidades. 

Con dicha visión de futuro, es bastante posible que termine escribiendo una historia que solo sea para mí. Aunque considero que si llegaste hasta este capítulo la historia, sea como sea, también es para ti y espero que te guste. 

A decir verdad, las historias que más me gusta, tanto para leer, para ver series o películas, son las menos convencionales y las que son capaces de coger riesgos e ideas que no deberían funcionar. Incluso está bien cuando no funcionan demasiado bien, por lo menos es más interesante que o aburridamente convencional e inofensivo. 

Así que continuaremos con la historia por extraños derroteros que nos adentran más y más hacia el absurdo. Os recomiendo a vosotros, los que entráis, que abandonéis toda lógica. 

Sin más dilación, os dejo con el nuevo capítulo: 


Un día, después de ver la película Tiburón, Patricio decidió que se convertiría en pescador. Así que se compró una caña de pescar, también unos gusanos que le supieron bien rico y un sombrero de capitán de barco.

Fue a la playa, lanzó el anzuelo al agua y después esperó pacientemente a que picara un pez. Fueron tres largas horas cuando hubo uno lo suficientemente tonto para caer en la trampa.

El pez pescado se quedó en la arena, luchando por respirar, con el anzuelo desgarrándole la cara, retorciéndose de pura agonía... ¡Y todo eso por un miserable gusano que ni siquiera le supo bien!

—¡Qué dolor, por Neptuno, qué dolor! ¡¿Por qué me has hecho esto, Patricio?! ¡¿Por qué?! ¡Duele, no sabes cuánto duele esto, Patricio! ¡Por favor, mátame! ¡Mátame! —le gritaba el pez pescado, ante la consternación de Patricio.

Patricio huyó corriendo de aquella terrible escena, con los ojos inundados por las lágrimas, y juró por el alma de su padre que, desde ese mismo día, nunca jamás le haría daño a ningún pez. 



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