153. Concha vacía

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—Prefiero que me cuentes la historia del Corazón Dorado.

No tuve dudas en esta decisión, me parecía más útil descubrir el pasado de aquel objeto, el cual tanto ansiaban la Directora como Alarico, que desvelar los secretos de mi pasado. Sobre todo porque Post me había contado que era posible recuperar mis memorias en el hotel y, al pensar sobre esta posibilidad, le pregunté antes de que tuviera tiempo de hablar:

—¿Por qué he olvidado? Es algo natural o acaso... —Dejé la inquietud al aire, con la confianza de que Post supiera a lo que me refería.

Mesándose la barba, me contestó de la siguiente manera:

—No, para nada es algo natural. Alguien te robó los recuerdos, lo más seguro es que se pensó que sería más fácil manipularte siendo una concha vacía.

He de decir que no me gustó demasiado esa comparación: si bien era cierto que los recuerdos de mi pasado habían desaparecido, también lo era que conservaba mi alma y mis ganas de continuar hacia delante, de no rendirme jamás y de salir victoriosa del desafío que representaba aquel hotel nebuloso.

—¿Fue Alarico o la Directora?

Post se carcajeó y negó con la cabeza.

—Es más divertido si lo averiguas por ti sola, créeme. Aunque te digo que la solución la tienes delante de tus narices y solo hace falta que discurras un poco —El hombre se quedó unos instantes mirándome, con media sonrisa en el rostro que me producía malas sensaciones —. Venga, te daré unas pistas: el nombre de la persona que te robó los recuerdos ha aparecido en nuestra conversación. Además, está bastante claro que Alarico es el sospechoso número uno, ¿no fue él quién te enseñó sus recuerdos a través de una esfera? Si es capaz de meter los suyos en una bola, estoy seguro de que podría robarte los tuyos y guardarlos en cualquier sitio.

—Sería algo demasiado evidente —dije, sin demasiada seguridad.

Post estaba en frente de una ventana que, a decir verdad, era más bien una pared de cristal a través de la cual no solo podía verse aquella naturaleza de montañas de un verdor resplandeciente, sino también un pueblo de ambiente tranquilo, dormido en aquel día de lento discurrir. En la calle, vi a dos mujeres mayores que hablaban entre ellas con la rápida excitación de quién suelta un cotilleo jugoso. Caminaban con prisas a lo largo del pavimento de irregulares piedras, lugar de casas chatas y curiosas que contaban con un aspecto antiguo, aunque ni viejo ni descuidado.

En aquel pueblo llamado Cumbres Gemelas se respiraba una tranquilidad que ansiaba; en aquellos instantes mi mayor deseo era vivir el momento sin preocuparme por lo que pasaría en el futuro ni por lo que sucedió en el pasado. Quería deslizarme a través del tiempo, disfrutando una vida ordinaria de problemas comunes, de una esencia semejante al de aquel gato negro que recién acababa de descubrir. Se encontraba tumbado en el medio de la rúa, tomando el sol mientras los ojos, poco a poco, se le cerraban.

—Podría decirse que sí que es demasiado evidente —dijo Post, continuaba toqueteándose aquella barba que le proporcionaba un aire de sapiencia que, por lo menos en aquellos instantes, yo lo veía más como una careta que una realidad —. ¿Pero no te parece que eso es una buena defensa? Lo más seguro es que si le preguntas a Alarico sobre el tema ese, él te diría algo como: ¿De verdad haría algo tan sospechoso si fuera yo quién te robó los recuerdos? No, actuaría con más cuidado para no levantar sospechas. No soy tan tonto, ¿sabes?

—¿Fue él?

Post se encogió de hombros.

—Puede, o puede que fuera Melinda, a ella le gusta demasiado meter las narices en magias que le quedan demasiado grandes. Y si sigue así acabará mal, que es lo mismo que decir que definitivamente acabará fatal. Te digo con total seguridad, es que la peña como ella es incapaz de cambiar, por lo menos para bien porque lo único que hacen al envejecer es empeorar más y más. A ver, volvamos al tema de la persona que te robó las memorias: Sabela no lo hizo, no me pega que ella actuase así. Ella es más directa, ¿no lo crees? No es de irse con artimañas ni astucias —dijo y dejó de mirarme para echarle un vistazo a sus uñas, las tenía largas e impolutas.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora