54. La última ofrenda de Cris

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 Al despertarme del sueño, ya no pude volver a dormir de lo nerviosa y excitada que estaba. ¡Por fin se iba a cumplir mi sueño de estar junto a Libro! La paciencia no es una de mis virtudes, así que decidí no esperar ni un segundo más e ir al Gran Cuadrado a tocar a Libro y hacer que soltase el hechizo que tenía guardado.

Me vestí con rapidez y me coloqué mi sombrero picudo. Después salí de mi casa cuadrado y esperé de verdad que aquella fuera la última vez que dormía allá dentro. Hacía un poco de pelete, pero se aguantaba bien y además me reconfortaba el ardor que reinaba en mi corazón.

Corrí en dirección al Gran Cuadrado y tuve que obligarme a calmarme, porque mis pies no querían otra cosa que ponerse a correr. Pero no debía apresurarme, no, no, no, no. Eso no sería nada bueno, debía tranquilizarme y actuar con mente fría, porque si me calentaba era más probable que cometiera errores y seguramente de esta vez el castigo sería algo peor que el Hoyo.

De todas maneras, al final me eché a correr.

En la entrada del Gran Cuadrado había dos guardias y eso me tocó las narices. Los conocía, eran los dos bobos a los que había engañado antes y pensé que sería bien fácil hacerlo de nuevo.

—¿Qué haces aquí, Melinda? —me preguntó uno de ellos.

—¿Le dijiste a Líder que había visto lo que había visto? —¿Qué mejor manera de contestar a una pregunta con otra pregunta?

El guardia asintió con la cabeza y me sonrió.

—Claro, claro... No te preocupes, Melinda. De esta vez no terminarás en el Hoyo. El Líder no piensa que hayas hecho nada malo —me dijo.

—¡Qué bien! Es que me siento mal por meter las narices dónde no debería y... quiero disculparme... ¿Me dejarías entrar solo un ratito?

El guardia no me contestó sino que le lanzó una mirada a su compañero y me dio la sensación que se comunicaban telepáticamente. Eso me tocó los nervios bastante y estuve tentada de ir directa al plan B, que consistía básicamente en lanzar bolas de fuego.

—Está bien, Melinda. Puedes entrar. Él quiere verte y, ya que estás aquí... no creo que haya ningún problema. Se encuentra en la sala del libro —me dijo el guardia y se libró de ser chamuscado.

—¡Qué bien! —exclamé yo, más que contenta, supercontenta.

Me lancé al interior del Gran Cuadrado corriendo a toda velocidad. ¡Por fin iba a encontrarme cara a cara con mi buen amigo Libro! Pronto estuve delante de la puerta que daba a la sala de Libro y me entraron unas ganas tremendas de entrar y correr en dirección al altar y tocar a Libro, pero me contuve a duras penas. No quería arriesgarme demasiado, el Líder Cris estaría ahí dentro y no te creas que iba a dejar que me acercara a Libro tan fácilmente, que con él era como una gata con sus gatitos.

Empujé la puerta un poquito y eché la mirada al interior: Cris se encontraba arrodillado en frente al altar en dónde se sentaba mi bienquerido Libro.

—¡Libro sin nombre! ¿Por qué no me hablas? ¿Por qué no me muestras tus secretos? ¡Yo tengo la fuerza, yo tengo los medios, yo tengo la inteligencia! Junto a tu poder, podría... podría hacer cualquier cosa. ¡Por favor, háblame, Libro sin nombre! —gritaba el Líder, quizás Libro le hablase si no fuera un idiota de campeonato que sacrificaba gente en su nombre. Le di unos cuantos toques a la puerta y, al cabo de unos segundos, escuché a Cris decir:

—Puedes pasar.

Así hice y tuve que comerme las ganas de ir corriendo junto a Libro. El Líder Cris era bien peligroso y si veía que algo raro pasaba me podía dar un puñetazo. ¡Y era tan fuerte que no exagero cuando digo que podría descabezarme!

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora