52. Las Almas Perdidas

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Yo lloraba, lloraba a mandíbula batiente. Gruesas lágrimas caían por mis mejillas y miraba hacia el techo, en gesto de tristeza infinita. ¡Cuánta pena había en mi corazón! Lloraba, lloraba y no paraba llorar. De pronto, la profesora se puso de pie y comenzó a aplaudir.

—¡Muy bien, Melinda! ¡Muy bien! —dijo ella y yo me limpié las lágrimas —. ¡Nunca habíamos tenido a nadie que fuera capaz de llorar tan bien!

Incluso mis compañeros de clase batían las palmas y yo me sentía muy feliz ¿y cómo no estarlo cuando la gente es capaz de apreciar tus talentos? Yo me limpié las lágrimas y ahora sonreía de oreja a oreja.

—¡Muchas gracias, profe! —le dije: me encantaba y me encanta que la gente se dé cuenta de lo maravillosa que soy.

La profesora dejó de sonreír y supe que me iba a decir algo que no me gustaría en absoluto. Y cuando abrió su gran boca de cocodrilo, mis sospechas se confirmaron.

—Melinda... ¿Hoy por la tarde estás libre? Me gustaría que te encargaras de ir a las afueras para encontrar Almas Perdidas —me dijo y yo arrugué la nariz, por el disgusto que me provocaron tales palabras.

—Pero hoy le toca a Marcos... —dije y de pronto me puse triste de verdad porque me acordé que hacía unas semanas él había salido a buscar Almas Perdidas y no había regresado. No era la primera vez que sucedía algo semejante porque era un trabajo peligroso y, a pesar de que solo éramos niños, esa era una de nuestras tareas.

—Melinda, ahora que Marcos... se perdió, alguien tiene que cubrir su puesto. Y tú eres la mejor, ¿podrías hacerlo? No querrías disgustar al Líder, ¿no Melinda? —me preguntó, sonriendo de nuevo.

Me importaba bastante poco disgustar al Líder, pero era lo suficientemente inteligente como para saber que no sería buena idea hacerlo. Todavía me puedo acordar de lo terrible que era el Hoyo...

—Está bien, profe... iré por la tarde a buscar Almas Perdidas... —le dije, ya sin ganas de continuar sonriendo.

No quería ir porque lo que tenía pensado hacer era pasar el día en casa esperando a que mamá volviera. Curiosamente, ella había desaparecido el mismo día en que Marcos lo hizo, ¿tendría algo que ver? A pesar de que no tenía demasiadas esperanzas de que mi amigo continuase con vida, no podía imaginar un escenario en que mi madre muriera. Ella es demasiado fuerte, seguramente fuera la persona más fuerte que conozco, junto al Líder claro.

Salí de la escuela con el ánimo por los suelos. El pueblo en dónde vivía es bastante diferente a los demás pueblos del Páramo Verde. Para empezar, tiene una muralla bastante grande y supongo que esto no es tan raro: Nebula tiene una que incluso es más grande, pero hay una gran diferencia. Del pueblo en dónde vivía no puedes salir sin permiso del Líder y, ahora que he viajado por el Páramo, sé que eso no es demasiado normal.

Además, todos los edificios del pueblo eran cuadrados blancos, ¿no es eso raro? ¡La escuela era un cuadrado blanco, mi casa era un cuadrado blanco, el comedor también era un cuadrado! Todos eran del mismo tamaño, menos el cuadrado en dónde vivía el Líder: este era gigantesco y se encontraba justo en el medio del pueblo.

¿A qué es raro, eh? No he visto ningún pueblo cuyos edificios sean cuadrados blancos... ¡Ni en dónde toda la gente vistiese igual! Teníamos que llevar túnicas blancas día sí y día también y ahora sé que eso es un aburrimiento total porque vestirse con colorines es muy divertido. La única pieza de ropa diferente que llevaba era el sombrero especial de maga que me había reglado mamá, pero aparte de eso nada. Bueno, también las gafas, pero es que esas las necesitaba para ver.

Caminé por las calles vacías de gente, por calles que se formaban en cuadrículas en dónde todo era igual. Cuadrados blancos por todas partes con jardines delanteros en dónde crecía hierba de mentira. Aburrido a más no poder, pero en esos momentos yo no conocía nada del mundo y no sabía que cuando las cosas son diferentes es muchísimo mejor. Pronto llegué a mi casa, cuadrada y blanca, y me metí a toda velocidad con la esperanza de que mamá hubiera llegado sin avisar.

Las 900 vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora