11: Sirenas de media noche.

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Axl tenía la mandíbula apretada, y sus cejas estaban ligeramente hacia abajo

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Axl tenía la mandíbula apretada, y sus cejas estaban ligeramente hacia abajo.
En definitiva, había perdido la fe en los hombres, porque todos actuaban como unos completos estúpidos.

No podía creer que Izzy se hubiese molestado tanto. Tenía la esperanza de que él fuera diferente al resto, pero no.
El teatro de lo hombres que lo rodeaban se terminaba en cuanto sabían que fuera del negocio, no tenían oportunidad alguna con él.

En general no le molestaba perder clientes, pero con Izzy pasaba algo distinto. Le gustaba estar con él porque sus horribles días se volvían mejores en cuanto lo veía. Pero tuvo que arruinar las cosas por su gigantesco ego de hombre conquistador.
Aunque si le dolía saber que probablemente no lo buscaría más, y que también se ilusionó al creer que las cosas con Izzy podían tomar un rumbo distinto, pero una vez que hubiese superado su matrimonio.

Axl se arregló de mala gana frente al espejo; su vida se estaba yendo al carajo y lo único que necesitaba era un respiro. Un descanso de la gente que lo veía como no más que un bonito trofeo.

Una parte de él era conciente de que su potencial artístico daba para mucho más que solo seducir personas, pero su inseguridad le impedía querer ver más allá, además que no estaba seguro de poder lidiar con el ojo público; así que se conformaba con lo poco que le ofrecía el cabaret.

El joven destapó una botella de vodka y le dio un gran trago; podía sentir como el alcohol le quemaba desde la garganta hasta el esófago,  y ese extraño sabor se le impregnaba en el aliento.

Echó la cabeza hacia atrás, sujetando el cabello que caía sobre su frente con una mano. Cerró los ojos y lanzó un suspiro pesado; no tenía ni la menor idea de lo que pasaba con su vida en ese momento.

Entre sus lamentos internos, escuchó a uno de sus compañeros toser, y un aroma conocido invadió los camerinos: era marihuana.

Axl le dio la espalda al espejo, estaba curioso por averiguar quién fumaba hierba, porque le vendría bien en ese instante.
Identificó la vistosa fumarola que salía detrás de uno de los vestidores y se dirigió hacia ella.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó con falsa ingenuidad mientras corría la cortinilla de uno de los vestidores.

Su compañero se alarmó en cuanto notó el movimiento. —¡Diablos! —exclamó, tirando al suelo su cigarro—. Casi me das un infarto, maldita sea. Pensé que eras Alan.

—Sí, claro —rodó los ojos. —Seguramente la cortina hará que Alan no se de cuenta de que estás fumando marihuana.

—Entonces sí sabes lo que hago, sólo querías asustarme, ¿acaso Alan te mandó? —entrecerró los ojos junto.

Axl ladeó la cabeza y negó suavemente.

—¡Oh!, así que de nuevo no hablas. Ya veo —se agachó para recoger su cigarro—. Es en serio lo del mutismo selectivo.

Neon CaressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora