73: Dulce libertad.

82 11 18
                                    

William se encogió de hombros y miró hacia el suelo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

William se encogió de hombros y miró hacia el suelo.

Aunque la voz de Saul era naturalmente suave, le erizaban la piel al escucharla de nuevo, como si su cuerpo reaccionara para prepararse antes de una golpiza.

—¿Sorpresa? —dijo dudoso, riendo un poco.

Estaba aterrado.

El policía a cargo lo empujó dentro de la habitación, y cerró la puerta tras el paso del joven.

—Tienen quince minutos —escucharon los cónyuges, a través del metal.

Saul observó a su esposo de arriba a abajo, y luego de vuelta, hasta que frenó en su cuello, en esa cicatriz escandalosa que denotaba el agujero en el que tuvo la traqueostomía.

—Supe que estuviste en el hospital, ¿por qué no respondiste mis cartas? —frunció el ceño.

—Bueno, estaba muy ocupado estando en coma, así que... —rio nervioso, acercándose para sentarse frente a Saul.

—Creí que habías muerto.

—Parece que Dios no es tan benevolente —alzó las cejas.

Hudson soltó una risa aireada.
—Nunca creí extrañar tus bromas suicidas —pausó—. Todo tu raro sentido del humor es algo en lo que suelo pensar. No lo valoré en su momento; aquí escucho tantas cosas que me recuerdan a ti, y me hacen pensar en algo ingenioso que habrías dicho para evadir tu sufrimiento.

William arqueó las cejas.
—Leí una de tus cartas, en la que dijiste que era una lástima que siguiera vivo.

—No lo decía en el mal sentido, sé que te disparaste a propósito.

—Ni siquiera eso pude hacer bien —rio, cubriéndose el rostro por la frustración.

—Si te hubieras muerto, jamás me habría perdonado el no despedirme de ti como se debe.

—¿Y qué habrías hecho?, ¿estrangularme y decirme lo mucho que me odias?

—No, William —bajó la voz—. Tal vez no me creas, y estás en tu derecho, pero de verdad estoy arrepentido por todo lo que te hice. Tengo mucho tiempo para pensar aquí, y el recordar la forma en que me mirabas cuando te hacía daño... —apretó los ojos y empuñó las manos—. Me destruye cada noche; no puedo dormirme porque estás en cada sueño, llorando y suplicando que me detenga, que te estoy lastimando, que tienes miedo.

—Basta —interrumpió, apartando el rostro—. No tienes que dar detalles, también estuve ahí.

—Por favor, perdóname —suplicó, con un nudo en la garganta—. Esta culpa no me deja en paz.

William frunció el ceño.
—¿Crees que vine de visita para ser el padre que perdona tus pecados? —escupió—. No me importa como te sientas, mereces sufrir por lo que me hiciste.

Neon CaressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora