2: El reflejo del cobarde.

587 91 179
                                    

William era una persona un tanto excéntrica: su autoestima estaba jodida, aunque no le gustaba enfrascarse en esos pensamientos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

William era una persona un tanto excéntrica: su autoestima estaba jodida, aunque no le gustaba enfrascarse en esos pensamientos. Todos los días los tenía, eso era innegable, sentirse como una basura, torpe e inservible era parte de su cotidianidad. En el pasado eso le atormentaba, pero aprendió a lidiar con ello: sencillamente lo ignoraba. No era una solución, ni siquiera lo ayudaba a mejorar, pero prefería aparentar que todo en su vida marchaba bien.

A veces quería ser otra persona, alguien satisfecho con sus logros, emocionalmente estable, que disfrutaba de la existencia solo porque sí, sin pensar las cosas demasiado. Pero él no era esa clase de sujeto, le gustaba analizar todo y a veces, se generaba crisis de ansiedad por esa razón.

Su matrimonio lo hacía sentir encarcelando, pero la soledad lo abrumaba; nada lo hacía feliz, pero quería probar las cosas buenas de la vida, aquellas que desconocía aún, porque estaba seguro de que en algún momento las experimentaría.

Tomar terapia psicológica no era su prioridad, ni siquiera quería intentarlo. Cuando era tan solo un niño, su padrastro le repitió mil veces que eso era para maricas, que un verdadero hombre podía lidiar solo con sus problemas, en silencio, sin llamar la atención.

William estaba muy seguro de su hombría, aunque la gente pensara lo contrario por sus preferencias sexuales y su apariencia un tanto afeminada. A pesar de eso, se negaba rotundamente a ir al psicólogo, porque estaba de acuerdo con su padre: la terapia era para débiles.

En ocasiones sabía que necesitaba ayuda, porque jamás lograría ser feliz por su propia cuenta, pero le aterraba la idea de descubrir que solo era un cascarón vacío que jamás alcanzaría la plenitud.

No todo el tiempo se sentía débil, había solo una cosa que lo reconfortaba: su trabajo.
Estaba rodeado de hombres asquerosos que incluso amenazaban con abusar de él, pero William fingía que no los escuchaba, solo porque en el escenario podía sentir que era quien de verdad aspiraba a ser.

Axl era su nombre artístico, y para William significaba un alterego que era capaz de hacer todo lo que no haría en su sano juicio. Axl era extrovertido, seguro, decidido, engreído y algo narcisista; quizá sonaría como una persona molesta, pero le gustaba actuar de ese modo porque los demás lo respetaban y no se comportaban como si él fuese invisible, con esas miradas de compasión que lo hacían sentir como un perro callejero al punto de los huesos.

Incluso cuando se convertía en Axl, se sentía atractivo, endemoniadamente atractivo. Notaba como podía tener a cualquier persona a sus pies, le rogaban por un poco de su atención, le daban regalos costosos: joyas, ropa, enormes arreglos de rosas, todo lo que quería estaba en la palma de su mano, con tan solo dedicarles una mirada.

Todos sus clientes estaban a su disposición, podría pasearlos por la calles con correas y ellos aceptarían con tal de tocar su cuerpo.
Amaba sentirse poderoso al menos solo un momento; saber que el mundo giraba a su alrededor sin tener que esforzarse demasiado.

Neon CaressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora