59: Mentira piadosa.

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No había mucho por hacer en ese tiempo, y tampoco es como que tuviese muchas ganas

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No había mucho por hacer en ese tiempo, y tampoco es como que tuviese muchas ganas.

William pasaba día tras día recostado en esa camilla, mirando el techo porque no podía moverse, debido al ventilador para respirar, y a la debilidad de su cuerpo apenas nutrido por una sonda.

Así que solo estaba allí, atrapado en su mente sin poder hacer nada al respecto.

No podía hablar, y no hacía falta, pues por órdenes de la fiscalía, nadie debía entrar a su habitación, más que su madre de vez en cuando, pero fuera de eso, estaba solo. Tanto, que se sentía miserable.

Todo el tiempo tenía dolor, y no dejaba de pensar en lo poco afortunado que tuvo que ser para no morir con ese disparo.

Claro que recordaba lo que ocurrió, y deseaba retroceder el tiempo para apretar el gatillo, apenas escuchó el primer golpe de Izzy.

Izzy; a veces pensaba en él, con sumo resentimiento por lo que le dijo, y por haber desviado el cañón.
Si no le hubiese devuelto el arma, no estaría en sus desafortunadas condiciones, y si lo hubiese dejado disparerse de forma correcta, tampoco estaría así.

No entendía porqué la vida lo castigaba tanto, o en todo caso, porqué la muerte lo había rechazado y dejado prácticamente en estado vegetal.

A veces lloraba todo el día, cuando lograba ver su reflejo en la lámpara plateada del techo en su habitación.
Lucía horrible, después de lo mucho que se había esforzado para que al menos una cosa de él valiera la pena.

Las visitas de psiquiatría no le ayudaban en nada, pues los antidepresivos chocaban con todos los medicamentos que tomaba. Además, considerando su situación, sufrir un infarto era un potencial riesgo si lo medicaban.

De igual modo, la fiscalía necesitaba que estuviese lo más lúcido posible, para seguir con la investigación del caso.

No tenía nada a su favor, y de no estar amarrado a la camilla, ya se habría arrojado por la ventana.

Ese día, estaba igual que siempre, rogando porque se infartara de una vez, pero Dios no era tan complaciente.

Le dolía tanto la garganta y la lengua, que de vez en cuando se revolcaba en la camilla para tratar de externar su sufrimiento de algún modo.

Nadie podía ayudarlo a sentirse mejor, y lo peor, es que había sido por su culpa.

Cerró los ojos un rato, por si lograba dormirse aunque fuese media hora, pero poco le duró el gusto, cuando escuchó la puerta abrirse con gran brusquedad.

Aprendió a diferenciar a las personas por sus pasos, cuando prefería fingir que dormía, con tal de evitar las interacciones incómodas que tenía con el personal del hospital, que no se le querían acercar porque todos en el pasillo sabían que la policía estaba ahí para llevárselo.

Neon CaressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora