58: Cuestión de honor.

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El misterio en torno a la muerte de Bruce, era un secreto muy bien escondido, que se había jurado guardar hasta que la propia humanidad dejara de existir, y entonces, ya no habría nadie para descubrirlo

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El misterio en torno a la muerte de Bruce, era un secreto muy bien escondido, que se había jurado guardar hasta que la propia humanidad dejara de existir, y entonces, ya no habría nadie para descubrirlo.

Ni Saul ni Richard ni Izzy, y por un tiempo, ni siquiera William, supo con exactitud lo que ocurrió, así que parecía que el momento del asesinato realmente había quedado sepultado.
Pero un día, un rayo de luz logró develarlo.

Hubo una noche, en 1984, en que William volvió a casa, tan asqueado, que no sabía qué hacer para quitarse la sensación.

Había luchado mucho en años predecesores para quitarse ese maldito recuerdo de la mente, y ahora que sentía que al fin estaba saliendo adelante, se encontraron de nuevo.

Lo único cierto en todas las declaraciones que dio para la investigación del caso, fue que la noche en que lo vio, le dejó su número para que lo buscara en su habitación de hotel, en Torrance.

La noche en que lo visitó al cabaret, no quiso escucharlo; le escupió apenas terminó de hablar, y se fue a encerrar en los baños, para llorar gran parte de la madrugada, hasta que Alan casi lo sacó a rastras para que se pusiera a trabajar.

Aún con la rabia de William, guardó la dirección de su padre, pues tuvo la esperanza de que se disculparía, y que eso podría sanar todo su dolor.

Es por eso que que quiso visitarlo.
Si veía la más mínima pizca de arrepentimiento en su mirada, podría perdonarlo, y en verdad quería hacerlo, porque se moría de ganas por tener un padre y fingir que nada de eso ocurrió.

Aún era muy joven, con sus 17 años de mala vida, deseaba el amor de sus padres, que solo podía ver medianamente reflejado en Alan, pero no era lo mismo. Creyó que aún estaba a tiempo de arreglarse con ellos, y sentirse menos desamparado de ahí en adelante.

Saul le dijo que era mala idea, y que debía ser un estúpido para volver con él, después de noches de llanto, torturándose al cuestionar porqué su padre le hizo algo así.

A William no le importó, porque su noviazgo con Saul no satisfacía sus carencias emocionales.

Ciertamente, tuvo miedo por estar a solas con Bruce, y que se atreviera a hacerle lo mismo.
No podría defenderse, porque el miedo lo bloquearía de nuevo. Así que pensó en una estrategia de defensa mucho más interesante.

Su padre era un alcohólico, y no se negaría ni al alcohol etílico, con tal de satisfacer su ansia.

El día en que William planeó visitarlo, revisó en la cantina del apartamento de Alan, y escogió una botella de Coñac, pues tanto lujo enloquecería a su progenitor.

Vació la mitad del contenido a la tarja de la cocina, y rellenó la botella con el raticida que robó del cabaret, para evitar a los roedores que salían por las noches en todas las calles de Los Ángeles.

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