46: Corazón impotente.

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—Los clientes se quejaron de ti anoche; creen que estabas un poco

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—Los clientes se quejaron de ti anoche; creen que estabas un poco... —trató de encontrar la palabra correcta—. Histérico.

—Me importa una mierda lo que piensen —Axl subió los pies al escritorio, y echó el torso hacia atrás en la silla—. A ellos, lo único que les interesa es que los haga sentir como si valieran la pena; eso implica que no aprobarán otra cosa que salga de mi boca, que no sea su adulación.

—Estás muy raro hoy —Alan cerró su caja fuerte y se sentó frente al vedette—. Créeme que nadie aquí tiene la culpa de que te terminaran.

—¡Que no me terminó! —replicó.

—Como digas —Niven alargó la primera vocal al inicio de su frase.

El joven bajó los pies del escritorio, y se puso a la defensiva.
—No me terminó —insistió.

—Está bien, ya —frunció el ceño—. Eres muy intenso; no es el fin del mundo si es que te terminó —el joven le dedicó una mirada de odio, lo que obligó a Niven a cambiar su discurso—. Cosa que no hizo —aclaró—. Pero en todo caso, le das mucha importancia al romanticismo; puedes vivir tranquilo ahora: no más noviazgos, tu marido está en prisión, como debió haber estado hace mucho; por fin puedes dedicar tiempo para ti, para crecer y para superar esa idea que provoca que sigas creyendo que necesitas a alguien.

William lo escuchó atentamente, y con cada palabra se sentía peor.
Le había arruinado la vida a las personas que amaba; y no le encontraba el sentido, porque habría hecho cualquier cosa para protegerlos.
Cualquier cosa, menos confesar.

—¿Por qué nadie quiere estar conmigo? —soltó de pronto, en un lloriqueo—. La gente termina detestándome porque soy un asco; no merezco más que su odio. ¿Cómo puede existir gente que no es digna de ser amada? —preguntó, mirando a Alan, con las lágrimas brotándole de los ojos—. Soy un estorbo para la felicidad de los demás, y me duele no poder decir que existe alguien que crea que valió la pena conocerme. Ni siquiera puedo culparlos, es natural que quisieran huír, ¡Porque yo soy el problema! —sentía espasmos en e vientre por su llanto—. Yo soy el maldito problema; y no sé como cambiar —susurró, bajando la mirada.

Alan frotó la punta de su nariz con cierta incomodidad. No tenía tiempo para atender las crisis de otros.
—Vaya... —pausó—. Esos son muchos sentimientos.

—Ni siquiera sé porqué sigo vivo —llevó una mano a su rostro para limpiar sus lágrimas—. Me comenzaba a sentir un poco mejor, pero ahora... —las palabras se le cortaron solas y tuvo que pausar para tomar aire—. Solo puedo creer que la muerte es un premio y no un castigo, para pagar por lo que he hecho.

—¿Qué carajos estás diciendo, William? —Alan frunció las cejas.

—No he dejado de odiarme ni un solo segundo de mi vida; y si llegó a pasar, fue tan fugaz que ya ni lo recuerdo.

Neon CaressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora