2- Fiesta de Admisión

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—Me quiero ir —le hice saber a Aimeé, que estaba arreglada como si fuese a los Oscar's.

—Pero si acabamos de llegar.

—Por eso mismo me quiero ir.

Aimeé resopló y me enganchó de su brazo para que no me escapara. Astuta.

—Sabes que es una tradición venir a estas fiestas el fin de semana antes de clases —recordó, meneando su cabello cobrizo en contra de un viento falso.

Las queridas y odiadas fiestas de admisión, eran un tanto divertidas, para los que encajaban en los estándares sociales; para algunos resultaba ser un ritual para los nuevos alumnos, para otros resultaba ser un momento de sentarse en el sofá y juzgar en silencio a aquellos que hacían locuras. Y para los descerebrados era una buena excusa con qué decirles a sus papás el por qué llegaron borrachos a sus casas.

Creo que ya pueden imaginarse en qué pila estoy yo.

—Me quedo si prometes dejar de quejarte por llamarte Aimeé —apunté.

—Kaili, sabes que odio cómo el tilde está puesto.

Nunca la he dejado en paz desde que me enteré que su padre había entrado en crisis por su nacimiento, y en vez de colocarle a su hija Aimée, escribió Aimeé.

La madre luego lo mató verbalmente en cuanto la anestesia desapareció.

—¿Hay un trato?

Acerqué mi mano para que la estrechara. Luego de unos segundos, ella decidió tomarla.

—De acuerdo.

Nos encaminamos a la gran casa de aquella persona que ni siquiera conocíamos. Las invitaciones siempre le llegaban a Aimeé ya que le exigí estrictamente que no diera mi número a nadie. Era una fiesta en donde cualquiera podía entrar, pero aún así preferían enviar invitación.

A penas eran las siete de la noche para el desastre que ya se había formado. La gran alfombra café estaba sucia de frituras y bebidas que se cayeron, las latas vacías decoraban todas las superficies planas y un apestoso olor a sudor inundaba la sala. Odiaba estar aquí.

Me quedé sentada en el gran sofá que estaba en la sala, a pesar de las muchas peticiones que me hacía Aimeé para bailar. Mi celular tenía cosas más interesantes que este lugar.

Mi corazón casi da un revuelco al sentir algo —o más bien alguien— saltar a mi lado.

—Hudson —lo golpeé por el susto que me había dado—. Idiota.

—Yo también te quiero.

Las chicas se acercaban a nosotros con una mirada significativa dirigida hacia Hudson. No me sorprende que estén encantadas con mi mejor amigo, su cabello azabache y sus ojos oscuros almendrados eran unos rasgos bastante llamativos.

—Creo que ya me tengo que ir —una sonrisa pícara se esbozó en sus labios.

Lo miré con resentimiento y lo empujé en el hombro, haciendo que se cayera y tomara balance. Él resopló una carcajada.

—Sé que me amas —levantó las cejas.

—Miéntete a ti mismo, continúa.

Presumió sus dientes blancos y perfectos para luego darme una encantadora sonrisa y alejarse viendo un objetivo en específico.

Me la pasé las próximas dos horas indagando por la casa en busca de aperitivos que pudieran ser consumidos. Entré a la cocina, con mi estómago rugiendo.

Un chico sin camisa y con un aro de hula hula en su cintura se detuvo a repasarme con su estúpida mirada hormonal salvaje, para luego lamerse los labios en un intento "seductor" que lució más como un intento desesperado por tener su primer contacto femenino.

WishGuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora