5- Pesadillas

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—¿Hudson? —llamé, iniciando mi busqueda hacia el pelinegro. Estaba vacío. Las gotas de lluvia empapaban mi piel, que apenas era cubierta por una blusa y unos shorts.

Enfoqué mi vista hasta encontrar la silueta de un chico tan lejana que era casi invisible. Frunzo el ceño, pero no puedo evitar sentir un nudo en mi estómago.

—Kaili... —murmuró la silueta, acercándose aún más.

Hice al ademán de dar un paso atrás, pero no podía moverme, ¿Qué estaba pasando? Mi corazón olfateó peligro.

—¡Kaili! —gritó, empuñando sus manos. Me sobresalto sobre mi lugar, brotando lágrimas por mis ojos.

—No... —el pulso de mi corazón estalló. No lograba gritar, esa era la principal razón por la que mi miedo sabía lo que iba a volver a pasar.

En cuanto la silueta dio un paso hacia mí, mi corazón se reinició y me levantó de un tirón. Doy un respingo sobre mi asiento, y cuando veo a mi alrededor, afortunadamente nadie se había dado cuenta de mi pesadilla. Restregué mis manos por los ojos, recordando que esta parte de mi vida era muy común.

El autobús de la escuela acostumbraba estar lleno. Tenía en total cinco paradas. La mía era la última de ellas. Me enfoqué en mi entorno, sólo quedaban las personas de mi parada, lo que me decía que ya era la siguiente.

Preferí olvidar aquella pesadilla como todas. Era algo muy delicado que consumía pedazo por pedazo mi cerebro, arrebatándole confianza y cordura.

Cinco minutos después, ya estaba en mi casa, abrí la puerta, recuperando mi estabilidad. Cuando entré a mi casa, no estaba pensando bien, arrojé al sofá mi bolso y fui directo a la cocina.

—Mamá, ¡He vuelto a tea...! —la sonrisa en mis labios fue desvaneciéndose al regresar a la realidad. ¿Cómo fui tan estúpida para olvidar mi situación actual?

Solté un suspiro, aceptando la soledad. Me acerqué a la nevera, planeando asaltarla. Mi estómago rugía como león. La comida de la cafetería es un asco, por eso prefería comer cuando llegara a casa. Algún día terminaré desmayada en la escuela.

Me serví un vaso de jugo luego de encontrar una solitaria manzana que tendrá el honor de satisfacer mi hambre. La cogí para comerla, pero antes de dar el primer mordido, mi celular comenzó a vibrar.

Revisé sin compromiso mi celular, cogiendo la manzana con mis dientes para usar una de mis manos.

Miré el nombre en la pantalla, se me hizo imposible no rodear los ojos. Tatiana. Otra vez. Ugh.

Ella era un amor de persona, pero yo ya no confiaba en ese tipo de personas. Tengo mis razones.

Dejé el vaso de jugo y la manzana encima del mostrador de la cocina para atender el teléfono.

—¿Cariño? ¡Hola! —exclamó con alegría.

—Hola —saludé sin muchas ganas.

Linda, ¿Tu autobus te dejó en tu casa? —preguntó.

—Así es.

Creo que ya podía descifrar a dónde iba esto.

Ya veo. Te llamaba para saber si querías almorzar con nosotros. Preparé arroz chino —el corazón de mi estómago se emocionó al escuchar.

¿Cómo esta mujer tiene tanto tiempo para hacer comidas tan elaboradas? Mi madre apenas podía hacer un sándwich con su trabajo online y su trabajo nocturno.

Planeaba negarle su oferta, pero al echar un vistazo a mi nevera y no ver absolutamente nada, mi boca comenzó a anticipar el sabor del arroz chino.

WishGuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora