12- Sin respuestas

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El aroma tan pacífico, junto con ese aura calmado, a pesar de todo el llanto y dolor que estas paredes escondían, me mantenían cada vez más paranoica, mientras mis piernas corrían y buscaban la habitación 275 entre los sollozos y gritos ahogados que pintaban la estructura de este lugar tan sobrio y callado.

Iba puerta tras puerta, mirando cada cartel desde el 200, hasta que por fin visualicé a la madre de Hudson, Marilla, afuera del cuarto, con los ojos rojos y su semblante destrozado. Mi corazón se rompía poco a poco.

—¿Qué pasó? —pregunté, agitada, sintiendo que el mundo me caería encima.

La señora Marilla me miró, y su pena y sufrimiento acuchillaron a mi pobre alma. Ella no pudo mantener su mirada, bajó la cabeza y cerró los ojos, con las lágrimas empapando el suelo.

Mi corazón comenzó a quemarse y a segregar sus cenizas mediante lágrimas.

—Pero, ¿Qué pasó? —esta vez, la urgencia en mi voz era más notable, mientras la figura de su madre se tornaba borrosa ante mis ojos.

Un cuerpo, que luego detecté como el de Seamus, me atrapó y me encerró en un abrazo reconfortante. Cerré los ojos e incrusté mis uñas en la pobre nuca del castaño, quien, con su calor, transfería un poco de tranquilidad a mi cuerpo frío y adolorido.

—Él está estable —la voz de Marilla me hizo girarme al instante—. Bueno... si "estable" podría ser considerada la palabra adecuada. Estará bien, pero su apariencia no lo está.

—¿A qué te refieres con apariencia? —sentía un hilillo de voz.

—Está lleno de moretones y... —se le quebró la voz—, estará bien... pero... no lo sé, no me gusta verlo así.

—¿Qué sucedió? —insistí.

—No quiso contarme, pero tiene que ver contigo, Kaili.

Fruncí el ceño.

—¿Conmigo? —hubo asombro en mi voz.

—Lo primero que dijo cuando su otra amiga lo encontró fue: Necesito hablar con Kaili.

Mi mente no lograba procesar lo que Marilla trataba de decirme.

—¿Puedo entrar? —preguntó, esperando una respuesta positiva con desesperación.

Ella asintió con la cabeza, lo que hizo que mi alma regresara a la vida.

—Tu amiga te está esperando allá.

Asentí y no dudé ni dos segundos para acercarme a la puerta y abrirla. Mi piel cosquilleaba y mis sienes aturdían. Cuando abrí la puerta, me sumergí en dos voces hablando con un tono considerablemente alto. Pude identificar una como la voz de Aimeé.

Mis ojos se destrozaron cuando vieron el estado de mi amigo.

Hudson, el chico alegre e incapaz de tocar a una mosca, estaba en la camilla, destrozado, lleno de moretones, con tonalidades moradas y rojas, y pequeñas marcas de sangre seca, escondidas con vendas, que cubrían pedazos de su rostro.

Él aún no notaba mi presencia en la puerta, seguía sumergido entre el debate de Aimeé y la otra persona.

Limpié mis lágrimas y me obligué a retener mi llanto. No quería caer en pedazos, no cuando él me necesitaba más fuerte que nunca.

Abrí la boca para saludarlo, pero la cerré el momento en que supe que colapsaría con mis palabras.

Cuando mis pies estaban a punto de entrar a la habitación, una enfermera interceptó mi paso y cegó mi visión hacia el pelinegro.

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