29- El Cuarto

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Sabía que iba a cometer un error. Desde que lo besé, desde que no me interesó la opinión de los demás hacia nosotros... desde que acepté que estaba sintiendo algo muy fuerte por él.

Pues allí estábamos todos, sentados en un círculo improvisado, cada uno en distintos sofás. La tensión corría por el ambiente, pero nadie más que Hudson y yo la sentíamos.

No tuve tiempo de hablar con él, cuando me di cuenta, ya todos estábamos participando.

—¿Quién será la primera víctima? —preguntó uno de ellos.

—¿Podríamos explicar un poco las reglas antes de jugar? —sugirió Aimeé, sentada en las piernas de un jugador de fútbol americano.

Alguien explicó las reglas del juego y como funcionaba. Seamus, quien estaba a mi lado, escuchó atentamente con una mueca de asco, pero no dijo nada.

—De acuerdo, ¿Iniciamos?

Jason, quien estaba en una de las esquinas, nos miraba a la distancia con odio, pero tampoco dijo nada.

—Okay, ¿Quienes serán los seleccionadores? —preguntaron.

—Yo me ofrezco —un pelirrojo se encogió de hombros.

—Yo igual —dijo otro desconocido.

Quedaba un puesto. Miré a Hudson, esperando que él entendiera mi cambio de planes.

Pues no lo hizo.

—Yo también —se ofreció Hudson para mi gran desgracia.

Si bien quería jugar para centrarme en atrapar a Jason, él no estaba enterado de mi deserción hacia Seamus.

—Ahora escojan entre los tres un número.

Ellos hicieron lo que pidió. Cuando ya tuvieron un número, se acercaron al grupo de chicas que se había formado.

—¿Número del 1 al 20?

—¿Quince?

Ellos pasaron a la siguiente.

—¡Doce!

Pasaron a la siguiente.

Le tocaba a Aimeé; se quedó pensando por un momento.

—Cuatro —dijo, con seguridad.

Y como si la confidencia sirviera de algo, ese era el número correcto.

—¿Traes audífonos? —le preguntaron. Ella agarró los cascos y encendió la música. Se levantó de su asiento y se dirigió a unos metros lejos de todos, para que no supiera quienes eran los afortunados.

—Acérquense —pidió uno de los chicos. Todos se sentaron en el suelo en un círculo.

Agarró la botella vacía de cerveza y le dio vueltas, hasta que dos personas fueron seleccionadas.

Y como siempre pasa en estos juegos, llamaron a Aimeé de vuelta al círculo. Se hizo el sorteo con la moneda y luego se escogió el cuarto y lugar donde ella iba a estar. Pasaron unos diez minutos, y finalmente el tiempo había acabado.

La grandiosa Aimeé había salido perfectamente desarreglada, pero iluminando a su paso. Allí, encontré un pequeño chupetón en su cuello que ella no se preocupó en ocultar —incluso podía creer que ella echaba su cabello hacia atrás para hacerlo notar—.

Otras dos rondas pasaron, hasta que finalmente el dichoso grupo de seleccionadores me miraron.

Sabía que Hudson estaba listo. Rascó cinco veces su nariz, diciéndome el número correcto.

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