12~ Navidad (Parte 2)

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SEAMUS

Llegué en tiempo récord al estudio, donde llamaba una y otra vez a Kaili para que me abriera la puerta. No contestaba ni siquiera mis mensajes.

¿Habrá sido por el beso? ¿Por haberla llamado Li? ¿O solo estaba ocupada con sus clientes?

Lo único que tenía en claro es que me quedé esperando una hora, afuera, solito. Incluso tuve tiempo de descargarme un jueguito en mi móvil para distraerme un poco. No pensaba volver al auto sin que esa maldita puerta abriera para mí. ¿Tendrá algún código?

—¡Ábrete sésamo! —No abrió.

Bien, me veía patético. He estado mucho tiempo con Richard. Tenía que recuperar mi madurez mental.

Di un sobresalto, asustado, en cuanto mi móvil comenzó a sonar. Sonreí al ver su nombre en mi pantalla.

—¿De verdad intentaste decir "Ábrete Sésamo"? —contuvo la risa a través de la pantalla.

—¡Habría sido más sencillo que me abrieras!

¿Acaso no puedo ir al baño?

—¿Por hora y media?

—Quizás me estaba duchando. Tú nunca lo sabrás.

—¿En tu trabajo?

Es un estudio muy lujoso.

—Vale, vale. ¿Podrías abrirme ya?

—¿Las palabras mágicas?

—Traigo helado y se está derritiendo —mentí.

—Y se seguirá derritiendo si no dices las palabras mágicas.

Suspiré.

—¿Por favor?

Las puertas se abrieron inmediatamente. Miré a Kaili apareces tras ellas.

—¿Era tan difícil ser cortés? —interrogó, aún con su móvil en la oreja.

—La cortesía desapareció hace hora y media.

—No podía dejar a mis clientes solos. Estaban enojados —puso los ojos en blanco—. No importa. Pasa antes de que piense dejarte otra hora y media afuera.

Corrí hacia adentro, asustado por su amenaza.

Ella cerró la puerta y me siguió el paso. Su humor había mejorado en todo ese tiempo que me había ido. Ni siquiera mencionó el beso. Ni le incomodó. Mhm...

—Espera. Yo no vi a tus clientes salir del estudio.

—Es porque siguen aquí. Solo les mentí diciendo que buscaría a un guitarrista para ayudarme con el acompañamiento —se acercó a mí en secreto—. No quiero decir nada, pero este niño apesta con la guitarra.

—Vaya mentira para escabullirte —dije.

—¿Mentira? —se adelantó y dio media vuelta para quedar cara a cara conmigo. Sonrió maliciosamente.

—¿En dónde está el guita...? —me detuve en seco—. Ya entendí.

—¿Puedes ayudarme? —me pidió, esta vez, seria.

¿Cómo poder negárselo? Tampoco se me apetecía decirle que no.

—Si después nos enfocamos en todo lo que traje —señalé.

—No veo nada más que tu teléfono y a ti —dijo.

—Lo dejé en el auto. Por ahora, te ayudaré. Luego nos encargaremos de eso.

WishGuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora