7- El secreto

773 53 76
                                    

Y allí estábamos. Seamus interrogándome con la mirada, Carolina con la confusión plasmada en su rostro y yo con mis ganas de desaparecer de la faz de la Tierra. Ni siquiera recuerdo la razón por la que seguí a este ser.

—¿Vas a responder? —insistió el castaño, a lo que yo no supe qué decir.

—Yo... —pronuncié, mientras mi cerebro funcionaba a la velocidad de la luz—. No debería por qué decirte.

—¿No deberías?

—No.

Soltó una pequeña risa sarcástica.

—¿A caso me seguías, Rae? —levantó sus cejas, pidiendo respuestas.

—Estás loco —aseguré.

—Creo que tengo el derecho de saber si me seguías o no.

Tiene razón, pero no podía confirmarle eso jamás.

Seamus marcó una expresión de suspicacia, como si ya supiera mis intenciones. Me fijé en cámara lenta cómo sus labios se abrían para pronunciar que ya sabía que lo estaba siguiendo y que dejara de fingir.

Hasta que fue interrumpido:

—Yo la obligué a venir conmigo —se interpuso Carolina.

Seamus dirigió su atemorizante mirada hacia ella, dispuesto a buscar respuestas.

—¿Y por qué ella no pudo decirme eso desde un principio? Ella también tiene cuerdas vocales —respondió Seamus.

—Lo hizo para molestarte —añadió Carolina.

—Se supone que ella tiene clases —rectificó Seamus, con la mirada dura.

—Así como supongo tú tienes igualmente, y aquí estás —Carolina sonrió de forma victoriosa.

«No te conozco, pero ya eres una de mis personas favoritas» pensé.

Seamus sólo sonrió y asintió con la cabeza.

—Punto válido. Soy Seamus, por cierto —para mi sorpresa, su actitud cambió repentinamente.

—Carolina —respondió de forma seca, lo que me dio mucha gracia.

—¿Son amigas desde hace mucho? —preguntó.

—Algo así. Como cinco años, si no me equivoco, ¿Verdad, Kaili? —Carolina me mira en busca de apoyo.

—Eh... sí —por alguna razón aún sentía una presión en mi pecho. Bajé la mirada, incapaz de sostenérsela.

—¿Estás bien? —entonces Seamus formuló, dirigiéndose a mí.

—¿Por? —no pude evitar sonar arisca.

—Estás extraña.

Fruncí el ceño por su comentario. ¿Extraña? ¿Cómo sabía que algo me pasaba si apenas nos conocíamos?

—Estoy bien —mentí, con una sonrisa que no llegaba a mis ojos—. Creo que ya debería irme.

—Sí, pienso lo mismo —asintió el castaño.

Me levanté del banco para iniciar mi ruta.

—Espera —me detuvo Carolina—. ¿Viniste caminando?

—¿No que venían juntas? Deberías saber cómo ambas llegaron hasta acá —entrecerró sus ojos, suspicaz.

—Nos encontramos aquí —la pelinegra se apresuró a hablar para volver a dirigirme la palabra—. ¿No tienes quién te lleve?

WishGuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora