37- Mala idea

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Doble actualización>>>

37- MALA IDEA

Llegué a la escuela, desanimada. Las clases pasaban extrañamente más lento de lo usual.

—Recapitulando, se enteró de la carta —recordó Hudson.

—Sí.

—Y tú lo inculpaste de que usaba drogas.

—No lo inculpé, le dije que lo apoyaba.

—¡¿Que lo apoyabas?!

—No apoyarlo a usarlas, Hudson, a dejarlas.

Habíamos estado hablando de esto durante toda la clase, pues hoy vino un substituto.

A cada palabra, yo arrancaba un pedazo pequeño de mi hoja en el cuaderno.

—Bien, y luego de tus fabulosas palabras comprensivas sólo se fue.

—Así es.

—De acuerdo, eres una tonta.

Arranqué un pedazo más grande de papel. Mis dedos estaban nerviosos, sentía que tenían que hacer algo.

—Lo sé —cubrí mi rostro con ambas manos—. No sé cómo enmendarlo.

—Te ayudaría, pero ya no creo que esta relación sea sana.

—¿Por qué lo dices?

—Solo míralo, Kai. Pelean cada vez que se hablan, ¿esto es lo que quieres en una relación? ¿Después de cada beso, pelearse?

—Solo son malentendidos.

—Este no fue un malentendido. La regaste a propósito.

—Lo sé, pero no me dio tiempo de aclararlo.

—¿Qué pensabas aclarar? Oh, Seamus, tomé esa carta porque pensé que eras un completo imbécil así que decidí irrumpir en tu vida privada para destruirte —imitó mi voz.

—Si lo dices de esa forma, suena patético.

—Porque lo es.

—¡De acuerdo, lo es! Pero eso ya no importa ahora. Solo quiero saber cómo tener su perdón.

—Sinceramente, nunca te había visto tan desesperada por el perdón de alguien.

—¡No lo estoy! —arranqué otro pedazo de papel, y otro, y otro.

—Claro, ¿quieres que vaya comprando otro cuaderno? Veo que tratas de hacer una manualidad.

Aparté el cuaderno a un lado.

—Cometí un gran error.

—¿En serio? —abrió la boca, sarcástico.

—No es el momento de restregármelo en la cara.

—De hecho, sí lo es. ¿Tenía razón? Sí, tenía razón —canturreó con una sonrisa burlona.

—¿Cuánto falta para que esta clase se termine?

Él revisó su reloj de agujas, el cual nunca supo cómo leer pero que aún así usaba por estilo.

—Como una hora —contestó.

—¡¿Es que acaso el tiempo se detuvo?! —me quejé.

Afortunadamente, esa eterna hora pasó y me dirigí al almuerzo. Me despedí con la mano de Hudson y me fui corriendo hacia la cafetería, donde pude percibir algunas miradas atacarme.

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