11~ ¡Sorpresa!

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SEAMUS

¿Qué había hecho?

No podía arruinarle la vida así. No, no, no. No soporto más tener dos lados opuestos en mi cabeza que no me dejaban pensar con claridad.

Había besado a Kaili. Lo había hecho sin pensar en nada de lo que pudo haberle costado. Cerré mis ojos, sintiendo sus labios otra vez sobre los míos. Había sido extrañamente maravilloso; sentir su aroma impregnarse en mi ropa, sus manos acariciar mi piel, sus labios responder a los míos.

Era demasiado para mí.

Horas después, la escuché carcajeando con Ricky en su habitación. ¿Por qué se habrá ido? ¿No ha querido que pasara? ¿Fui muy precipitado?

—Pero qué tonto soy —mascullé, pensando en voz alta, desde mi habitación, a oscuras.

Lo he arriesgado todo por ella, sin saber si Kaili lo arriesgaría todo por mí. Al parecer, no. Ella ya tiene su vida completamente hecha. No tenía el derecho de llegar, de la nada, y demandar un espacio en su corazón que se cerró hace muchos años atrás.

Me llegó un mensaje de Ricky, donde me dijo que ya le había dado la foto a Kaili. ¿Por qué se me ocurrió darle esa foto? ¿Era un maldito egoísta?

Tampoco ayudó a mi humor que me llegara un mensaje de Mangle. No se me antojó abrirlo. Me quedé en la cama, despierto, analizando todas mis opciones. No podía quedarme aquí, no podía.

Sin darme cuenta, ya había conciliado el sueño.

***

Me tiré en los bancos del público en cuanto la práctica terminó. Mis pies ardían como el mismísimo infierno. Me quité el casco y de mala gana lo coloqué a mi lado.

—Buen trabajo hoy, Arden —se acercó el entrenador, dándome una palmada en mi hombro derecho—. Sigue así y puede que estés más tiempo en la pista el siguiente juego.

—Sería un honor —admití, recuperando el aliento.

El mostachón me sonrió y me volvió a palmear la espalda.

—Malditos jugadores con talento nato —murmuró para sí mismo mientras se alejaba—. Siempre consiguen lo que quieren...

Sonreí por su comentario. Sí me habían dicho que era un posible jugador nato, pero jamás creí que fuese tan natural como solían decir que aparentaba. Considero que me he esforzado muchísimo para estar donde estoy. No fue suerte, sino empeño.

En la duchas, me quedé pensando en todo lo que había pasado un día atrás. No lograba salir de mi cabeza. Me irritaba no tener la capacidad de no pensar en algo que no fuera en ella.

—¿Todo bien? —preguntó Darío, uno de los jugadores suplentes y más jóvenes, como yo.

—¿Por?

—Porque llevas quince minutos bajo la regadera sin echarte jabón ni tener intenciones de hacerlo —señaló, sacándose la crema de su cabello.

—¿Y tú por qué ves para acá? Si ando desnudo.

Él sonrió y se encogió de hombros.

—¿Acaso no te has visto? ¡Si estás riquísimo! —bromeó—. Sea la mujer que sea que esté contigo, está comiendo excelente.

Cogí un poco de jabón líquido y se lo tiré a su cara. Él se cubrió los ojos con su brazo, riéndose mientras me daba empujones con el otro brazo.

—Métete en tus asuntos, Darío —comencé a colocar crema sobre mi cabeza.

—Vamos, principito, ¿qué te ocurre? —insistió.

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