8- Un Motel muy cómodo

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—Sólo nos queda una habitación —mencionó la recepcionista para nuestra mala suerte.

Genial, simplemente genial. Estábamos en la recepción de un motel. Estuvimos más o menos diez minutos caminando hasta llegar acá; un motel deteriorado de origen desconocido.

Este día no podía empeorar.

Seamus me miró a los ojos, con la pregunta plasmada en su mirada.

—Está bien —acepté, indecisa.

—De acuerdo —centró su mirada a la mujer canosa y malhumorada—. Entonces la queremos.

La recepcionista volvió a teclear en su computadora.

—Dos camas separadas, por favor —añadí rápidamente.

—Sí, sí, como sea —pareció no haberme escuchado.

Luego de que la mujer dijo el precio, yo comencé a buscar mi billetera por los bolsillos de mi pantalón, pero entonces recordé que la había dejado en el auto.

Gracias por ser tan tonta, Kaili.

—Seamus —lo llamé en un susurro. Él me miró, expectante—. ¿Podríamos ir a tu auto?

—¿Por qué? —frunció el ceño.

Respiré profundo.

—Es que... dejé la cartera en mi bolso —me sentí avergonzada.

Él chasqueó con la lengua, como si le hubiese dicho algo que lo aliviara.

—Creí que era algo más grave —mencionó.

—En serio necesito ir al auto para pagar mi parte.

—Está todo bien, yo lo pago —enunció, seguro, pero yo no era ese tipo de chicas que les gustaba que les pagaran todo.

—Seamus, quiero pagar mi parte —repetí.

—¿Y qué si yo quiero pagar?

—Deja de bromear, yo quiero pagar mis cosas.

Seamus rodeó los ojos.

—¿Quieres caminar diez minutos en la oscuridad para algo que yo puedo permitirme pagar? —rebatió.

Pensándolo mejor, él no se dejaría convencer con nada que tenga que ver con dinero, ¿Cierto? Debía buscar otra excusa.

—Necesito un cargador para mi teléfono. El mío está en mi bolso —mentí, guardando mi teléfono en mi bolsillo.

—Yo te presto uno.

—Tengo mis cuadernos allá. Quizás pueda adelantar tareas.

—¿En el segundo día de clases? —cuestionó, burlón.

Sonreí, inocente.

—El dinero no es un problema para mí. No importa si dejaste tu cartera. Y aún si la trajeras contigo, no dejaría que pagaras.

—No voy a abusar, Seamus.

—¿Cuántas veces te diré que no es una molestia pagar? Eres terca, déjame pagar la habitación. Dios.

Se giró hacia la recepcionista, quien nos miraba con total aburrimiento.

—¿Van a querer la habitación o no?

—Sí —respondimos los dos al mismo tiempo.

—Bien, firme aquí —le entregó un formulario para llenar y una llave con el número 29 en su llavero.

Seamus hace lo que pidió de forma apresurada.

—Una cosa más —hizo una seña con el dedo índice para que nos acercáramos.

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