20- La Amenaza

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KAILI

Ya había amanecido.

Desperté al instante en que los profesores lo hicieron. Intentaron no hacer ruido alguno, pero mi sueño era muy ligero, y aún más sabiendo que estaba en la misma habitación que Jason.

Intenté recuperar mi postura, pero mi mente comenzó a recordar. Mi mano estaba sobre su cálido y trabajado pecho; mi cabeza reposaba al lado de mi mano, casi a la altura de su hombro; mi otra mano cubría su torso entero, y sin mencionar cómo él me tenía atrapada en sus brazos.

Asimismo, su brazo cubría mis hombros y descansaba sobre mi cintura; su cabeza estaba, en parte, reclinaba sobre la pared y sobre la mía, y su aroma ya se había impregnado en mi ropa.

Carajo. ¿Qué hiciste?

Me prometí a mí misma no volver a caer, pero ¿Cómo podría negar tan inefable sentimiento que iba creciendo e incrementando en mi interior?

No sólo era eso. Acababa de marcar a Seamus como una mala persona, así como ellos me marcaron a mí. Lo verían como un cómplice, como un terrible ser vivo. Todo por mi culpa, por mi compañía.

Se lo intenté advertir, pero no quiso escucharme. Igualmente, no podía resistirme a su cercanía, era imposible.

Sentí su cuerpo debajo de mi piel por un segundo más. Luego, con todo el pesar en el fondo de mis pensamientos, intenté levantarme, esperando que él no lo hiciera.

No tenía el valor para encararlo, no ahora, luego de haber dormido con él por segunda vez, SEGUNDA VEZ.

Lentamente fui alejando su brazo de mis hombros, sintiéndome desprotegida por su lejanía.

Me estiré y me acerqué hacia el círculo que se había formado de profesores.

Todos me miraron; algunos con desprecio, otros con alegría.

—Buenos días, Kaili —saludó la señorita Tabitha, con su sonrisa habitual.

—Buenos días.

—Te preguntaría cómo amaneciste, pero creo que sé perfectamente la respuesta —sus ojos me miraron con picardía y complicidad.

Me ruboricé al instante.

Me giré para asegurarme que Seamus no estaba escuchando la conversación, pero él estaba dormido muy complacido en su sitio.

—No es nada —intenté decir de forma monótona hacia la maestra.

—Parece ser buen chico —opinó.

No intenté mentirle al respecto.

—Lo es —asentí.

Ella me miró y sonrió entre la diversión y el encanto.

—Disculpa que me entrometa, pero ¿Él no ha considerado estar en mi clase? —me preguntó.

—¿Por qué lo dice?

—Lo escuché cantar en la noche. Mi oído puede identificar una buena voz cuando la escucha.

Me sentí avergonzada por saber que ella lo había escuchado cantar, cuando su voz solo debía escucharla yo.

—Ofrécele la oportunidad. Tiene mucho potencial aquí si decide tomar esta clase. Además, tú estás en esa clase, así que podría ser un buen incentivo —añadió.

—Lo haré —mentí.

No quería avivar su cercanía, cuando el daño causado por Jason seguía merodeando por mi cuerpo y mis recuerdos.

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