Capítulo XXIV

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Liv Buckley

No puedo evitar dedicarle más de una mirada durante el trayecto a Eddie; jamás en mi cabeza pasó la idea de verlo con un traje y así de formal. Dejó su cabello como siempre lo lleva, húmedo y salvaje, tal como me gusta. Sus pies calzan aquellos Converse negros que siempre procura tener impecables; se parece a mi hermana. Sus manos llaman la atención con aquellos anillos de extrañas formas con los que no puedo mantener la cordura mentalmente; el solo recordar la sensación del frío metal recorriendo la piel de mis piernas, me hace estremecer de pies a cabeza, así que prefiero eliminar ese pensamiento de mi cabeza antes de que me delate y Eddie tenga que tomar medidas extremas.

Cuando da la vuelta para entrar al parque del auto cinema, comienzo a acomodar mi cabello por décima vez en la noche y me ajusto los zapatos para no doblarme un tobillo al bajar de la camioneta. Intento indicarles a mis pies que por el amor de Dios, mantengan su firmeza toda la noche, de lo contrario, no sólo haré el ridículo con mi acompañante, sino también con una multitud entera que ya de por sí nos mira raro por la peculiar manera en la que venimos vestidos.

-¿Por qué te estacionas así? no podremos ver la película- le digo en cuanto me percato de que le estamos dando la espalda a la pantalla donde va a ser proyectada Muñequita de Lujo.

-Descuida, tengo una sorpresa- dice apagando el motor. Quita las llaves de la camioneta y se baja para dirigirse a mi lado y abrirme caballerosamente sarcástica la puerta del vehículo. Me extiende una mano para que me detenga de ella al bajar y la tomo fastidiada por la manera en la que se burla al estar por completo en el suelo.

Eddie no me suelta, y por medio de su agarre me guía hasta la parte de atrás de la camioneta y abre de par en par las puertas dejando ver una manta de cuadros rojo con blanco extendida sobre el suelo de la van y en ella una hielera de metal y a su lado una caja de plástico cerrada.

-Quise hacerlo especial, así que le pedí a nuestra vecina, la señora Smith que cocinara algunos bocadillos para esta noche. También le robé aquella apreciada botella de vino añejada por años de mi tío que la abuela le regaló en una de tantas navidades y nunca bebió.- Le ladeo la cabeza estando en desacuerdo por lo último pero enseguida niega frenéticamente. -Descuida, Wayne ya no toma, así que no le importará- explica. No puedo evitar sentir ternura por lo que ha hecho; se ha tomado el tiempo para organizar todo esto, y aunque le debemos la comida a la famosa señora Smith, sé que estos gestos cursis y cero metaleros no van con Eddie Munson, sin embargo lo ha hecho todo por mí.

-Eddie, no debiste. Pudimos haber comprado un tazón de palomitas en la dulcería- digo apreciando el contenido de la caja mientras que él vuelve a negar agitando dramáticamente sus rizos húmedos y bien definidos.

-Definitivamente no, ¿Crees que sería correcto haber hecho circo maroma y teatro para estar aquí y sólo comprar unas aburridas y comunes palomitas rancias? Yo creo que no- Así es Eddie Munson, todo haciéndolo en grande.

Comienza a sacar el contenido de la caja y lo acomoda de manera minuciosa para que el orden contraste con la manta, por lo que no me deja sugerir el acomodo de las cosas, lo que me hace reír. Durante el poco tiempo que llevo conociendo a Eddie. me he dado cuenta de que es perfeccionista, mucho, en lo que de verdad le importa.

Cuando todo está perfectamente distribuido a manera de que Eddie esté conforme, me hace una seña para que me siente primero. Me ayuda a subir a la camioneta y me acomodo teniendo en cuenta que llevo un vestido y en cualquier momento mi ropa interior quiera saludar a todos los que pasan frente a nosotros. Eddie se sienta en el otro extremo del vehículo y de una caja de cartón de la que no me había dado cuenta, saca almohadas, esparciéndolas al rededor de nosotros para acostarnos.

𝕭𝖔𝖗𝖓 𝖎𝖓 𝕳𝖊𝖑𝖑 || 𝑬𝒅𝒅𝒊𝒆 𝑴𝒖𝒏𝒔𝒐𝒏 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora