Capítulo XXXV

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Liv Buckley

-¿Cómo vas con la guitarra? ¿Ya me puedes tocar "Rock you like a Hurricane"?- Billy mantiene una mano en el volante mientras que la otra toma el mando de la palanca de velocidades; sus ojos se concentran en el camino hacia mi casa, pero estoy segura que de reojo, observa cómo río a sus chistes malos.

-Te puedo tocar hasta "Children of the Earth" si quieres.

-Vaya, alguien ha estado practicando.- Billy gira a la calle en donde vivo y atrasa el paso para poder apreciar el camino por el cristal de su puerta. -No ha cambiado mucho...- comenta refiriéndose al panorama.

-No, no lo ha hecho; la señora Collins murió hace unos meses, creo que no pudo seguir viviendo sin su amado.- la señora Collins era la anciana viuda que vivía a un par de casas al lado de la mía; enviudó hace poco más de un año, y desde que se quedó sola, todos los vecinos intentábamos visitarla lo más a menudo que podíamos, pero hace poco enfermó y sus hijos se la llevaron para que estuviera acompañada; cuando regresó, no fue por su propio pie, una carroza funebre traía su cuerpo en un lujoso ataúd de roble fino; su hija, Patty nos dio la noticia de que había fallecido debido a una inesperada neumonía. La señora Collins no era la persona más pura del mundo pero siempre fue buena con mi hermana y conmigo, cada que orneaba galletas para sus nietos, nos regalaba unas cuantas, y siempre solía quejarse de lo impuntual que era el cartero al entregar la correspondencia. Su Alzheimer no le permitía recordar millones de cosas, y era triste ver que estaba sola.

-Es una pena, me agradaba; siempre que te venía a ver me coqueteaba diciendo que era, y cito "un muchacho muy guapo para la pequeña Liv".- Había olvidado lo mucho que esa señora le levantaba el ego a Billy,

-Le gustabas.

-Liv Buckley, yo le gusto a la mitad de Hawkins.- pongo los ojos en blanco riendo a su presumido comentario.

Estaciona frente a la puerta de mi casa y ambos salimos a la par del auto no sin antes asegurarnos de que está bien cerrado sin dejarle posibilidades a algún ladrón escurridizo que se atraviese en mi calle.

Saco las llaves de mi mochila y abro la puerta; Billy me deja pasar primero y al estar dentro, por el silencio en el que está la casa, parece no haber nadie.

     -¿Hay alguien?- pregunta en voz alta como si pudiese leerme el pensamiento.

     Dejo mis llaves en el llavero a un lado de la puerta y me quito el suéter de mi acalorado cuerpo; para esta hora, el frío se esfumó por completo, con el rayo de sol quemando la piel de todo ser que esté allá afuera reemplazándolo.

     -Parece que somos sólo tú y yo...- la picardía en la sonrisa de Billy se apodera de su rostro. Los ojos le brillan, y unas manos hambrientas de mi cuerpo están aproximándose a mí.

     Me dejó poseer por él y sus movimientos juguetones que en cualquier momento terminarán dentro de mi habitación.

     En un solo movimiento, me hace enredar mis piernas en su cintura, dejándome más que claro que soy una pluma ante sus bien fornidos brazos. Toma mi trasero con una mano cuidando que no haya riesgo de que alguna parte de mi cuerpo toque el suelo. Con la otra, se agarra del barandal de las escaleras para asegurarse de que ninguno de los dos rodará escalones abajo, todo esto mientras me come la boca con sus labios; mi novio es muy versátil.

     Cuando estamos en la cima de las escaleras, le indico que mi habitación sigue en el mismo lugar de antes; me lleva hasta allá y cuando estamos dentro, suavemente me deja caer en la orilla de la cama para depositar un tierno beso en mi frente.

𝕭𝖔𝖗𝖓 𝖎𝖓 𝕳𝖊𝖑𝖑 || 𝑬𝒅𝒅𝒊𝒆 𝑴𝒖𝒏𝒔𝒐𝒏 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora