Capítulo XLVIII

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Liv Buckley

Dejo a mis amigos parados en la sala y salgo con la máxima velocidad que mis piernas me ofrecen hasta el auto de Steve; por suerte, el muy idiota nunca despega sus llaves del auto, por lo que solamente corro a presionar el botón para abrir la cochera.

-¿A dónde vas?- pregunta Eddie detrás de mí siguiéndome el paso hasta alcanzarme.

     -No es tu asunto.- escupo antes de cerrar la puerta pero él la detiene.

     -Sé a dónde vas, no puedes ir sola, déjame ir contigo...

     -Puedo cuidarme sola, Eddie, no necesito que seas mi niñero.-Vuelvo a jalar pero él me vuelve a detener.

     -Déjame acompañarte.-insiste.

     -No.- cierro con toda la fuerza que mis brazos alcanzan y enciendo el motor. Doy un último vistazo al interior de la casa y me encuentro con las narices de mis amigos asomándose por la puerta de la cochera; les quito la vista antes de que vuelva a llorar y me concentro en conducir.

     Recibí unas cuantas lecciones de papá hace unos meses; no soy una experta al volante pero estoy segura de que sé lo suficiente para no matarme, aunque en éste preciso momento no estoy segura de qué tan mortal sea la manera en la que mi furia toma control de mí.

     Está anocheciendo, lo que sólo me hace ponerme aún más nerviosa; quizás debí dejar que Eddie conduciera.

     Intento concentrarme en la manera en que estamparé mis puños en su maldita hipócrita sonrisa que me repudia el alma.

     Enciendo la luces; es mucho más difícil de lo que pensé conducir de noche. No se ve una mierda, y de verdad me preocupa que algo se me atraviese en el camino y mis ojos no sean capaces de verlo para poder frenar a tiempo.

     Trato de no ir a una velocidad comprometedora; los demás autos me rebasan insultándome y tocando el claxon para presionarme a ir más rápido, cosa que no conseguirán, pues a pesar de que en serio quisiera morirme, no puedo hacerlo antes de masticar y escupir el ego de Billy.

Doy vuelta para entrar a su vecindario y en un segundo ubico su casa. La adrenalina que me recorre el cuerpo me hace temblar, mis manos están sudando y tengo que limpiarlas con mis jeans a menudo para que no resbalen del volante; la respiración me comienza a faltar y el corazón está por escupir en el parabrisas.

Estaciono como puedo frente a su puerta; gracias al cielo que no hay ningún auto cerca, el de Billy debe estar dentro de su cochera, pues estoy segura que con los nervios dominándome, podrían causar irreparables daños.

A diferencia de Steve, antes de bajar quito la llave y la guardo en mi bolsillo, pues a pesar de quererme con su vida, no me perdonaría ni siquiera un pequeño rayón a su tan preciado BMW, mucho menos hablemos de qué pasaría si desapareciera en un abrir y cerrar de ojos.

     Toco la puerta con fuerza, tanta que enseguida me ruborizo por causar molestia a los vecinos. Gracias al mundo, nadie ajeno a Billy salió.

     -Liv, ¿Qué haces aquí?- esos bonitos dientes en una hilera me reciben haciendo juego con su rubio y brillante cabello cuidadosamente despeinado, como si lo hubiese hecho a propósito. Sus mirada cambia cuando se percata de mi expresión; su frente se arruga e intenta tocarme el hombro pero retrocedo.

     -Eres un mentiroso.- es lo que mi cerebro me da para escupirle en la cara. Termina de salir y cierra la puerta a sus espaldas intentando analizar el motivo de mis palabras.

-No te entiendo...- articula. Suelto una risita incrédula preparando mi interior para el conjunto de mierda que saldrá de mi boca inevitablemente.

𝕭𝖔𝖗𝖓 𝖎𝖓 𝕳𝖊𝖑𝖑 || 𝑬𝒅𝒅𝒊𝒆 𝑴𝒖𝒏𝒔𝒐𝒏 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora