𑁍016

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Los rayos del sol azotaban sin compasión las ventanas de la Fortaleza Roja donde seis personas se levantaban demasiado temprano para poder prepararse para su viaje.

A Aegon II le costó demasiado despertar, había estado inquieto toda la noche y no podía dormir correctamente, su mente divago en tantas cosas durante su intento de sueño qué no las recordaba con pletinud. Su mirada perdida en la ventana se vio interrumpida por el sonido de la puerta abrirse, la enfocó en ambas chicas qué entraron allí con su ropa para montar y pequeñas porciones de tartas y variedades de tés.

El platinado se levantó de su cama tratando de ocultar su bostezo y la vagancia qué le decía qué vuelva al cómodo colchón de plumas, acercándose a las sirvientas mientras acomodaba su cabello, o mínimo intentaba.

— Díganles qué vengan a desayunar a mí cuarto. —con un asentimiento, ambas chicas salieron en busca de los familiares y amigos del rey.—

Con un suspiro pesado dejó caer su cuerpo en una silla próxima a él. Sentía todos sus músculos tensos, su cabeza dolía en demasía, los pensamientos se interceptaban entre sí dejándolo demasiado aturdido y aunque nunca había sentido frío en su vida, podía sentir cómo la piel de su nuca comenzaba a enchinarse gracias a una cruda y helada brisa qué chocaba en la misma.

Abrió sus ojos, los cuales no se había dado cuenta los cerró en algún momento, mirando aturdido a Heleana quién lo veía con su dulce sonrisa luego de, supone, besar su frente cómo era de costumbre. Se acomodó en la silla lo más posible haciéndole señas hacia los demás qué veían desde la puerta, acercándose y tomando asiento todos mientras el desayuno era servido.

— ¿En cuanto partiremos? —preguntó Lucerys tratando de romper el incómodo silencio.—

Aegon no se daba cuenta de esto, estaba demasiado concentrado mirando su plato con el ceño fruncido cómo para percatarse de qué no poseía una camisa o tenía unos pantalones qué le cubría solo la mitad de sus caderas. Sin embargo cuando sintió las miradas de todos sobre él, carraspeo tratando de recomponerse.

— En cuanto terminemos de desayunar, debemos llegar lo antes posible.

Todos estaban ya vestidos y arreglados, por lo tanto comían sin demasiada prisa a excepción del platinado el cuál comenzó a apresurarse cuando se dio cuenta qué el único qué faltaba era él. Finalmente terminado el desayuno, el rey mandó a todos a terminar de acomodarse en sus dragones mientras él se vestía.

Su mirada estaba fija en el espejo, dejando qué las sirvientas ajusten el chaleco de cuero en su torso, era de color negro y tenía el escudo de la Casa Targaryen de color rojo estampado al frente del mismo. Podía escuchar los rugidos salvajes de los dragones a la lejanía, todos estaban inquietos, supone qué sabían qué iban a ser dirigidos a ese helado lugar. A ninguno le gustaba aquello, pero era necesario.

Soltó un largo suspiro cuando terminó de ser vestido a manos de las sirvientas qué se retiraron en ese mismo momento, siendo seguidas de cerca por el Rey el cual salió de igual forma cuando regresó a la realidad. Su caminata fue deprisa, llegando en unos diez minutos a la salida de la Fortaleza Roja donde donde lo esperaba un carruaje Real. Se subió a este sin muchos miramientos, teniendo su mirada perdida por la pequeña ventana.

Había logrado acomodar sus pensamientos, aunque desearía no haberlo hecho. En el episodio qué tuvo esa noche, pudo ver al Rey de la Noche junto a tres jinetes de hielo y un inimaginable ejército detrás suyo.

Desde qué se le había presentado su raro talento, por así decirlo, nunca había sentido miedo o minimamente no uno real, de eso qué te inquietan durante todo el día y a la noche te obligan a taparte hasta la cabeza y hacerte un bolillo en tu cama. Pero él ahora sentía la necesidad de estar de esa forma con sus hermanas abrazándolo, tal cómo pasaba cuando era pequeño y su abuelo lo golpeaba.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora