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Una dragona volaba a la lejanía, entre espesas nubes de colores grisáceos qué daban un aspecto fatigante al día, junto al frío viento qué entraba por la pequeña ventana con forma circular en la parte superior de la pared de madera en los aposentos del Rey. Las ligeras gotas qué arrastraba el viento consigo, caían de manera agobiante sobre el regazo vestido de satén del Targaryen, el cuál ignoraba los llamados a su puerta.

— Ingresare, Aegon. — fue el único aviso qué obtuvo antes de qué su puerta sea abierta. —

Unos cuantos días habían pasado desde qué Vermithor había partido, llevando en su lomo a su jinete, días en los cuales un ambiente tenso se había cernido en los hombros de todos los cercanos al Targaryen, mientras qué en el barco qué los acompañaban, los dothraki superaron su felicidad inicial y comenzaron a hacer preguntas y poner en duda la fortaleza del Rey de Westeros.

¿Sino es útil para mantener un matrimonio, cómo lo sería para reinar?

Era una de las muchas voces qué Camile escuchaba durante sus paseos por el barco, las cuales se encargaba de acallar de inmediato, sin embargo sabía qué aquello no iba a ser suficiente.

La mirada de Aegon se despegó finalmente de la figura borrosa de su dragona, observando cómo otra bandeja con comida era colocada en una pequeña mesa qué descansaba a su lado, ignorando a la persona frente suyo sin demasiado esfuerzo.

— Veo qué comiste todo. — Lucerys midió el tono y volumen de su voz antes de hablar, tomando entre sus manos el frío metal de la otra bandeja vacía. — ¿Necesitas algo más? ¿Qué prepare un baño o-

— Solo necesito qué te vayas. — al contrario del Velaryon, Aegon levantó finalmente su mirada y le contestó con rudeza. — Ya te mencioné qué no quiero tenerte cerca, obedeceme y márchate.

— No lo haré. — respondió decidido el castaño, dejando lo qué tenía en manos de lado. — Deseo hablar contigo, pedirte disculpas, sé qué estuve mal.

— No me sirven de nada tus jodidas disculpas. — mordisqueo su labio inferior, el cuál se encontraba sensible gracias a aquella nueva maña qué adquirió. —

— Déjame ayudarte. — el lila y verde chocaron sin delicadeza cuando las manos del Targaryen fueron apresadas por una más pequeña. Aquel contacto no duró casi nada, pues Aegon se había encargo de correr sus manos de inmediato. — En algo puedo ser útil, algo puedo hacer.

— Amaría qué claves tu asquerosa espada en tu garganta para no tener qué soportarte más. — respondió con honestidad, haciendo una mueca con sus labios luego. — Pero no puedo hacerlo, así qué tan solo deseo qué te marches ahora y me dejes solo.

El castaño se quedó quieto durante los minutos siguientes, algo sorprendido por las palabras de su tío, pero no lo suficiente. Desde siempre el platinado había sido poseedor de un humor ácido y un carácter difícil de soportar, el cuál se hacía peor luego de cada pérdida qué sufría, cómo sí su corazón se estuviera amargando más con el paso del tiempo; en los ojos de Lucerys, la pérdida de Aerys fue lo qué más efecto tuvo sobre la salud mental de Aegon, notando cómo ahora también el abandono por parte de su hermano había terminado de convertirlo en una persona desagradable y grotesca, algo a lo qué él no estaba para nada acostumbrado.

Siendo él el culpable de la huida de su hermano, no podía con la vergüenza y el cargo de conciencia al ver a su tío así; más aún le afectaba ver la manera en lo qué único qué crecía era su pequeño y abultadito vientre, el cuál sólo era visible cuando la fina tela de su camisón se pegaba a su piel, mientras qué su rostro y brazos se hacían más delgados. Decidido a no dejar qué aquello continuará, pensó en una solución durante aquellos lentos días, teniendo cómo solución final una única cosa, sin embargo necesitaba el permiso de su Rey.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora