𑁍067

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Decir qué Heleana estaba asustada era una pequeña minimizacion de lo qué sentía en esos momentos. Se arrepentía de seguir sus impulsos, nunca lo hacía pero cómo nada le podía salir bien, ella debió actuar de manera tan estúpida. Aún peor cuando luego de dos horas volando por los aires recordó la existencia de su madre.

¿A quién se le podía olvidar su madre la cual estaba encadenada en alguna parte del castillo? Exacto, solo a ella.

Sin embargo no era momento para pensar en eso, claro qué no; Dreamfyre había volado durante horas luego de salir de la Fortaleza, descansaron en diferentes montes o laderas desiertas hasta qué un día la princesa había quedado dormida sobre los lomos de su dragona, despertando gracias a la picazón en su garganta.

Dreamfyre estaba en tierra, sin embargo la misma estaba cubierta por algo viscoso, de un color negro muy profundo, el mismo emanaba un humo el cual formaba círculos en el aire. Sin duda aquel humo era altamente tóxico pero aquello no le pareció interesante al divisar a la lejanía una gran base de piedra negra apoyada sobre el suelo con catorce llamas flameando en sus bordes.

Sus pies, descalzos y sucios, tocaron el humeante suelo sin embargo se sorprendió al solo sentirlos calientes, más no quemarse. Su atracción hacia aquella piedra negra era inexplicable, no supo en qué momento comenzó a caminar hacia ella; cayendo en cuenta una vez vio cómo sus dígitos danzaba sobre una de las llamas.

Su vista se nubló y todo dejó de tener sentido para ella hasta qué entre medio de esa neblina de inconsciencia, imágenes difusas se hicieron ver. Lo primero qué vio fue una ciudad enorme, cúpulas qué rozaban las nubes y dragones volando por doquier el doble de grandes de lo qué era su dragona. Después apareció una niña, no tan grande ni tan pequeña, tenía el típico aspecto de los Targaryen, la identificó de inmediato, Lady Daenys, la soñadora. La misma estaba acostada en un lecho, hablando entre lagrimas con un señor más grande sobre algo qué no logró oír.

La llama quemó su mano, sin embargo no sé detuvo y continuó hacia la qué estaba a su costado. Navíos cargados de personas de cabellos platinados se detenían en una isla desierta con tres dragones volando sobre sus cabezas y huevos de los mismos transportados en brazos. Continuó así durante unos cuantos minutos, su mano estaba estaba llena de ampollas pero aún así no podía detenerse, la necesidad de saber más y más la abundaba. Visualizo la conquista, la muerte de Aegon el Incoronado, el reinado de Maegor, Jahaerys, su padre hasta qué llegó a donde más temía.

Todo ocurrió cómo se suponía qué debía; la guerra más allá del muro, la muerte de Aerys y el asalto de Rhaenyra a Desembarco del Rey, estaba todo en orden hasta qué pasó a su pre-ultima llama. Era en Desembarco del Rey, cuatro dragones adultos peleaban con otros tres en compañía de un par más pequeños, sabía quienes eran aquellos, estaba tranquila, aquel desenlace no le sorprendía, sin embargo todo dio un cambio abrupto cuando estaban ubicados en la Sala del Trono, guardias luchaban y el sonido de espadas chocar entre sí la aturdia; todo quedó en silencio cuando el llanto de un niño pequeño se hizo oír en compañía de un grito furioso.

El momento pareció congelarse cuando aquel hombre con cabellos plateados volteó sobre sus mismos pies, sin poder retenerlo un grito horrorizado escapó de su garganta; era Aegon, tenía un bebé amarrado en su pecho, el mismo tenía su cabeza atravesada por una espada mientras qué de los labios de su hermano emanaba sangre, pues el acero había atravesado su pecho también.

No podía soportarlo más. Alejó su mano quemada de aquella llama mientras lloraba de manera desconsolada con la simple idea de su hermano siendo asesinado. Corrió hasta Dreamfyre con miedo, la dragona ya estaba esperándola con sus alas extendidas, trepó su montura lo más rápido qué pudo, tosiendo de manera escandaloza gracias a lo pesado qué era el aire allí.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora