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La Fortaleza Roja era un completo caos a la mañana siguiente de la fuga de la Princesa Cautiva. Toda la familia de la Reina estaba reunida en una Sala Menor, Rhaenyra caminaba de un lado a otro, haciendo oídos sordos a las preguntas alteradas de su hijo mayor.

Joffrey Velaryon había entrado en completo pánico, siendo retenido por los capa dorada cuando intentó salir huyendo hacia Pozo Dragón y llevado junto a su madre, en compañía de sus hermanos.

— ¡Hay qué buscarla! — gritaba con su voz más gruesa. — ¡Nada resultó bien cuando la Reina Rhaena se fugó junto a Dreamfyre años atrás, nada cambiará ahora!

— Hay personas qué ya se están encargando de eso. — Daemon era el único qué mantenía la calma, tomando de su copa. — No hay nada qué tu puedas hacer.

— Puedo montar a Tessarion y recorrer todo Westeros en su búsqueda.

— ¿Qué nos asegura qué volverás? — Rhaenyra detuvo su caminata nerviosa, observando a su esposo e hijo. — No me observes así, hijo, todos sabemos qué tan débil está tu lealtad últimamente.

El tenso silencio se vio interrumpido por el golpe de las puertas retumbando contra las paredes de piedra. Aunque los guardias intentaron, no pudieron detener a la furiosa Reina Viuda qué entraba con las lagrimas formando riachuelos en su rostro.

Todos contuvieron su respiración al observar a la Hightower. La única sobreviviente de su casa tenía un vestido verde percudido y extremadamente sucio gracias al barro qué abundaba en las mazmorras de la Fortaleza, sus cutículas sangraban y sus cabellos estaban grasiento, enmereñados. Pero lo más perturbante era aquella mirada, la poca cordura qué presumía tener durante su época de monarca, había desaparecido por completo aquellos meses.

El sonido de las finas telas romperse inundó la habitación. Alicent desgarraba su vestido verde, tirandolos a los pies de una impactada Rhaenyra. Aquel collar de oro macizo donde se mostraba la estrella de siete puntas impactó contra el pecho de Daemon, el cuál puso a sus hijos detrás suyo.

— ¡Ya tienes todo de mí! — gritó con voz aguda y rasposa gracias a su seca garganta. — ¡Mis dos hijos están muertos por tu culpa! ¡Y ahora mí hija huyó! ¡¿Qué mierda más esperas de mí?!

— ¡Tranquilízate, Alicent! — intentó acercarse la Reina, tomando una sabana para taparla, ya qué a la pelirroja no le estaba interesando dejar su cuerpo expuesto. — ¡Aegon no está muerto, ninguno lo está! ¡Debes controlarte!

— ¡¿Te atreves a pedirme control?! — gritó en su rostro, poniendo inquieta a Baella qué se puso entre medio de ambas. — ¡No tuviste control al parir tres bastardos! ¡No tuviste control cuando Aemond mató a mí hijo y mucho menos lo tuviste cuando arrojaste a mí primogénito a las manos de todos aquellos qué buscan su cabeza a cambio de una recompensa!

— Nadie otorgará una recompensa por la cabeza del príncipe Aegon. — habló con voz tranquila Aemond, alterando más a la Hightower qué se removia cómo gusano entre los brazos de Rhaenyra. — Puede estar tranquila.

— ¡Mí hija huyó con una bestia, no puedo estar tranquila! — la chillona voz aturdio a todos allí, sobre todo a Baella la cuál tocaba su abultado vientre. — ¡Busquenla ahora mismo o juro por los Dioses qué yo misma cortaré sus cabezas!

— ¿No iba a ser Aegon el encargado de aquello? — se rió burlón Daemon, observando a la mujer. —

La respiración errática de Alicent se detuvo por unos segundos, mirando con el más profundo odio hacia el Targaryen frente suyo, aquel qué durante mucho tiempo había sido su cuñado.

— Sí Aegon estuviera vivo, ustedes ya serían cenizas. — su voz se quebró mientras se dejaba ser ayudada por el príncipe Joffrey, el cuál la cubría con una manta. — Pero mí hijo ya cayó en las manos de aquellos traidores qué rondan en el reino y en cualquiera de estos meses su cabeza vendrá envuelta en telas sucias, ahora queda en mí conmemorar la memoria de nuestro Rey. Y lo haré, ustedes morirán, no bajo fuego y sangre, sino bajo mis manos.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora