𑁍047

164 10 2
                                    

El sonido de todo el castillo era un segundo plano para Jacaerys, el cuál había llegado hace tan solo diez minutos luego de haber asesinado a todos aquellos traidores.

Apenas la Reina Madre y Leiah lo vieron llegar, optaron dejar los aposentos del Rey. Hasta la misma Alicent podía notar qué en aquella situación la cordura de la pareja pendía de un fino hilo.

El castaño tenía su mirada perdida sobre el pálido rostro de su pareja. Evitaba bajar su mirada lo más posible, porqué así podía notar cómo su vientre ya no estaba abultado y también a aquel pequeño bulto a la lejanía enredado en telas.

Con lagrimas corriendo ferozmente por sus mejillas decidió acercarse hasta el pequeño cuerpo de su fallecido hijo. Sin siquiera tocarlo ya podía sentir lo helado qué estaba, haciendo un notorio contraste con la temperatura qué tuvo cuando apenas nació.

La tela ahora corrida en su cabeza le permitió ver su rostro. Ya estaba limpio, libre de rastros de sangre o aquel líquido transparente, su rostro ya estaba completamente pálido, haciendo remarcar aquel pequeño rulo castaño en su cabeza.

Un sollozo inundó la habitación cuando el padre de aquel pequeño bebé notó cómo sus ojos estaban abiertos, dejando ver unos hermosos pero apagados faroles púrpura, el digno color de los Targaryen.

La agonía de aquel joven qué pretendía ser un hombre fue interrumpida por las Hermanas Silenciosas, las cuales vinieron a buscar el cuerpo del príncipe para colocarlo en la pira qué esperaba por ellos en Pozo Dragón.

Ya en silencio, el Velaryon esperaba por el despertar de su prometido, sentado a un lado de él y acariciando su mano donde descansaba aquel bello anillo qué le había regalado hace tiempo. Una sonrisa amarga se formó en sus labios al ver las marcas de uñas clavadas en sus muñecas, recordandole aquel dolor qué su amado había pasado hace tan solo una hora.

Y él muy bien sabía qué nunca podría perdonarse por hacer sufrir a su bella luna de esa forma.

No fue hasta qué los rayos del sol comenzaron a ocultarse qué Aegon comenzó a removerse sobre su lecho, haciendo qué el castaño al lado suyo enfoque su atención en él.

— ¿Amor? — el platinado al parecer no lo escuchó, llevando una de sus manos a su rostro entre quejas. —

Cuando sintió una mano acariciando su mejilla con delicadeza el Targaryen se sobresaltó, cayendo en cuenta de todo lo qué había sucedido en tan solo una tarde; un sollozo abandonó sus labios al sentir el dolor en todo su cuerpo y corazón cuando llevó una mano a su vientre, encontrandolo plano y suave.

— No, no, no.

Negaba frenéticamente con su cabeza, tanteando todo su vientre mientras era atrapado por aquellos cálidos brazos, los cuales se encargaban de acallar el llanto desesperado y los gritos anhelantes por saber qué todo aquello solo había sido un mal sueño.

— Lo siento, mí luna, perdóname, te lo ruego.

Repetía sin fin el Velaryon con sus labios contra aquellos desacomodados rizos, siendo lo más delicado posible con el débil cuerpo de su platinado entre sus brazos.

— Oh, Aerys. — habló con voz ahogada el Rey, con su mirada fija en aquella sabana con la cual había abrazado a su hijo apenas vino al mundo. — Nuestro hijo, Jacaerys, qué le hicieron?

— Los traidores ya pagaron por su muerte. — aseguró el castaño, mirando aquellos ojos amatistas nublados por lagrimas. — Yo mismo los mate.

— No, los verdaderos traidores no pagaron su muerte.

La voz ahora monótona de su prometido le hizo caer en una realidad qué no quería creer, negando con su cabeza sin responderle y tomando aquella sabana manchada de sangre, acercandola a ambos.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora