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Rhaenyra tenía una mano sobre sus labios, tratando de manejar las arcadas qué le generaba el ver a aquella cabeza de la mujer qué la cuido desde pequeña tendida cómo sino fuera nada en medio de la mesa donde su consejo estaba reunido. Su esposo caminaba de un lado a otro furioso, deteniéndose en el otro extremo de la mesa para mirarla acusatorio.

— Te lo advertí, Rhaenyra. — dijo entre dientes. — Sino atacabamos nosotros no iba a ser necesario esperar más, mira lo qué has conseguido.

— No te atrevas a echarme la culpa de su accionar. — se recompuso mirándolo seria, comenzando a incomodar a los Lord's. —

— ¡Mató a civiles, Rhaenyra! — casi gritó haciendo sobresaltar a un sirviente qué andaba dentro de la sala. — ¿Qué más tienes qué esperar para darte cuenta de qué clase es?

— Nada. — La Reina negra paseo su mirada sobre la mesa, centrándose en Harrenhal. — ¿Lady Misaria, mí hermano Aemond ya llegó a Harrenhal?

— Así es, Su Majestad. — contestó la mujer más joven, regalandole una suave sonrisa. — El príncipe Aemond llegó sin problemas junto a Cannibal a Harrenhal hace un par de días.

— Ser Luthor, hágame el favor de mandarle un cuervo de inmediato al príncipe Aemond. — el hombre se paró recto esperando alguna orden. — Ordenele qué ataque de inmediato River Road, montado en su dragón.

El Comandante, tras asentir de manera respetuosa, marchó fuera de la habitación donde la Targaryen observaba furiosa a su esposo.

— Qué te quede claro a ti, a todos. — se corrigió mirando ahora a los demás hombres y la mujer. — No permitiré qué se derrame sangre de gente inocente durante mi reinado, me importa muy poco sí mi hermano es el responsable de tales atrocidades. Soy una Targaryen y reinare cómo tal.

La mujer con la corona dorada salió sin más, dejando al príncipe con una sonrisa satisfecha mientras qué los señores se despedían y salían de la habitación sin miramientos.









Los uniformados soldados marchaban por la salida de Desembarco del Rey bajo la mirada del rey y su familia, incluyendo al consejo Rojo. Aegon suspiraba nervioso, rogando a los Dioses qué todos aquellos hombres vuelvan con sus familias en la mayor brevedad posible, distrayendose un poco gracias a las caricias qué dejaba su prometido de manera disimulada en su adolorida espalda baja.

La noche ya estaba cayendo en el sur mientras los soldados con sus banderizos marchaban por diferentes caminos, decisión de la Mano del Rey para no levantar ningún tipo de sospechas. El último en marcharse iba a ser Daeron, puesto a qué Tessarion iba a pasar mucho más desapercibida en el cielo nocturno y su viaje era notablemente más corto qué los demás.

Los hombres del consejo se habían comenzado a marchar, incluyendo a Otto, quedando solo los Targaryen, el Velaryon y la Hightower. Alicent abrazaba a su hijo menor cómo sí su vida dependiera de ello, ignorando la sonrisa burlona de Jacaerys hacia el mismo y mirando a Aegon insistente.

— Ya te lo dije, madre. — dijo algo burlón el menor, acariciando los rizos de la mujer. — Voy porqué es mi deseo hacerlo, nadie me pidió hacer nada.

— El príncipe Lucerys ya se encuentra en un asentamiento, no se me hace necesaria tu presencia allí. — repetía la Reina, acomodando los pulcros cabellos del chico. —

— Están en lugares completamente distantes, Alicent. — interrumpió Aegon, de muy mal humor por el dolor de espalda y piernas qué sentía. — Ya charlamos esto con anterioridad y quedamos qué iba a realizarse así.

— Aparte voy con Tessarion, nada me pasará. — la mujer solo suspiró cansada, moviendo sus manos mientras negaba con su cabeza. —

— Hagan lo qué quieran, siempre lo hicieron.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora