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Aegon recargaba su mejilla en el pecho de su esposo mientras miraba a su alrededor. Habían llegado hace tan solo unos minutos a una distancia considerable de Qart; los dothrakis mostraban su euforia por su próxima jugada, afilando sus espadas y viroteandose entre ellos mismos.

Todos los dragones habían quedado, para mayor discreción de todos, en unos cuantos pueblos atrás. Por eso, todos los Desembarqueños se acariciaban sus muslos mientras se quejaban por el dolor de estar tantas horas montados a caballos.

El día estaba demasiado soleado, hacía un calor terrible allí gracias a los potentes rayos del sol. Daeron hablaba con Camile a la distancia, señalandolos a ellos de vez en cuando.

— ¿Quién quiere participar en el saqueo? — preguntó sin rodeos la castaña, parándose frente de ellos. —

Los ojos se buscaron entre ellos, quedándose en silencio antes qué la voz del príncipe rompa el silencio.

— Yo. — Luke se acercó a ella con una sonrisa decorando su rostro. — Y supongo mis tíos igual.

Jacaerys frunció sus labios cuando Aegon y Daeron aceptaron; este último acompañando al pequeño grupo de hombres qué atacaban desde sus caballos. El Rey Consorte de Westeros retuvo a su esposo entre sus brazos mientras los demás se marchaban a reunir sus armas, mirándolo con la preocupación bañando sus ojos.

— Amor. — su dedo trazó su pómulo, dejando un beso allí luego. — ¿Por qué no mejor esperas aquí junto a mí?

— Pero tengo ganas de luchar, Jace. — sus labios rojizos formaron un pequeño y casi imperceptible puchero. — Estos días practicando me servirán de algo, no es así?

— Por supuesto, Mí Rey, eres muy bueno luchando. — le sonrío con ternura contenida, acariciando sus rizos plateados. — Pero aún tienes muchas batallas para librar y dirigir.

— ¿Qué clase de Rey sería sino lucho con una espada? ¿O para conquistar de nuevo mí trono? — Jacaerys suspiró al escuchar sus palabras, sabiendo qué ya no había manera de convencerlo. — Respeto qué desees quedarte aquí, pero somos dos Reyes, sobrino, alguno debe dar batalla por el Trono.

— Y lo hago. — sus labios se convirtieron en una fina línea, bajando sus manos hasta sus caderas. — Jodidamente lo hago, Aegon, pero con qué derecho tomaré el trono sí a ti te pasa algo y no estás a mí lado?

El Targaryen lo miró en silencio unos cuantos segundos, sonriendo dulce ante la preocupación en la voz de su amado. Poniéndose de puntitas de pies logró besar sus labios cortamente, ignorando sus pequeñas quejas.

— No me pasará nada. — murmuró con voz suave sobre sus belfos, acariciando su pecho. — Tu puedes venir conmigo y cuidarme.

— Mh, no lo sé, Aeg. — suspiró pesado. — Sabes qué mí conciencia no me permite matar a personas y esclavos inocentes.

— Nadie mencionó nada de matar a esclavos. — aclaró rotundo, señalandolo con su dígito. — Pero debes saber qué todo es solo un medio para un fin, el cuál es vengar a nuestro hijo, y hare absolutamente lo qué sea, Jace.

— Lo sé, yo también lo haré. — acuno su suave mejilla, respirando algo más tranquilo. — Sin embargo ahora no me siento muy bien y prefiero quedarme aquí rezandole a los Dioses por ti antes de ir y ser pisoteado por caballos.

Aegon negó divertido ante lo dicho por su esposo, besando sus labios de manera apresurada antes de ir corriendo hasta sus amigos los cuales lo llamaban de manera insistente.

Una hora después, ya todos estaban en sus posiciones, ya sea a pie o caballo. Aegon, Lucerys y Daeron estaban montados a caballos, esperando detrás de Camile y Drogo a qué la enorme puerta sea tumbada; Draconys y Luceryon habían respondido al llamado de su jinete, al ser los más pequeños no levantaron sospechas, hasta ahora.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora