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Al amanecer, los pueblerinos de River Road ya habían salido de sus hogares al notar cómo ningún tipo de ataque iba a continuar. Algunos lloraban a sus familiares qué habían sido víctimas del príncipe Aemond, mientras qué otros qué lograron salir ilesos advirtieron horrorizados cómo a la lejanía se oían rugidos de un dragón.

Cuando los soldados llegaron a su auxilio, demasiado tarde, los pueblerinos los atrivillaron a gritos.

— ¡El príncipe Daeron murió, la bestia lo mató y ahora su dragón llora por su muerte! — gritaba una histérica mujer, señalando aquella lejana colina. —

— ¿Qué dices, mujer? ¡Aquel es el príncipe tuerto, fue terriblemente derribado!

Los gritos de las multitudes seguían, cada vez más inentendibles. Tras unos minutos la paciencia de los soldados ya se había agotado, decidiendo galopar hasta aquel lugar donde los rugidos no cesaban.

Con los pueblerinos entrometidos siguiendolos, finalmente llegaron a aquella colina en cuestión de unos minutos. Unos horrorizados gritos salieron de los espectadores al ver aquella escena.

El príncipe Daeron estaba tendido sobre su montura, a duras pena sostenidos por las sogas qué estaban bañadas de sangre, su pierna tenía sangre seca al rededor de su piel sana. La Reina Azul les rugio salvajemente, sintiéndose amenazada por las armas de los hombres señalandola. La misma tenía un ala inerte sobre el pasto, debajo de esta había un gran pedazo de carne faltante.

— ¡No puede ser! — gritó la mujer qué antes. — ¡Ayudenlo! ¡Es tan solo un niño!

— ¡Sí nos acercamos esa bestia nos quemara vivos a todos!

Las réplicas siguieron hasta qué el sonido de nuevos galopes se escucharon. De entre los árboles, una melena dorada en compañía de una rojiza se hicieron ver.

— ¡Lady Ophelia! — anunció un soldado haciendo qué todos los pueblerinos hagan una irregular reverencia a la señorita. —

Ophelia Lannister, la tercera hija de Jason Lannister, junto a su dama de compañía Lady Lefford. La joven sólo ignoró a todos los presentes, acercándose preocupada hasta la dragona azul.

— ¡Tenga cuidado, Mí Lady! — alarmaban los soldados y pueblerinos, ella tan solo los ignoraba. —

La de cabellos dorados llevó sus brazos hasta su rostro, asustandose ante el rugido de Tessarion.

— ¿Príncipe Daeron? — preguntó en voz baja, sin ser escuchada. —

Bajó de su caballo mirando unos segundos el suelo hasta qué tomó una gran roca, la cuál con un poco de esfuerzo arrojo hasta golpear la pierna dañada del platinado. Con una mueca en su rostro desvió su mirada cuando escuchó el lastimero quejido del Targaryen.

— ¿Pero qué mierda? — Daeron se levantó confundido, viendo dificultosamente a las personas frente él. —

Pasó una mano por sus ojos, sintiendo lagrimas brotar de los mismos cuando la cálida brisa golpeó en su carne expuesta.

— Debe irse de inmediato, mí príncipe. — enfocó su mirada por primera vez en los presentes, encontrándose con una hermosa señorita parada a una considerable distancia de él. —

Negó con su cabeza, sintiendo su pecho doler gracias a su enlace con Tessarion. Respiró pesadamente, borrando sus lagrimas con el dorso de su mano.

— No puedo, Tessarion no puede volar en estas condiciones. — un soldados se acercó hasta estar al nivel de la señorita, alzando su voz para ser escuchado. —

— Un nuevo ataque se podría presentar, no es seguro aquí.

El príncipe se estiró a un costado, tratando de ver el estado de su dragona.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora