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Los ojos de Aegon parpadearon perezosamente, sintiéndolos arder cuando los apenas nítidos rayos del sol comenzaron a hacerse presentes por las largas ventanas de sus aposentos.

No recordaba absolutamente nada de lo qué había sucedido, solamente podía sentir un ardor de los Siete infiernos bajo su intimidad. Aquello fue cómo un latigazo de la realidad, refrescando sus memorias de inmediato.

Sus manos se dirigieron con angustia a su vientre, suspirando aliviado al sentir cómo este seguía abultado y sin ninguna herida, la tranquilidad inundó de inmediato su pecho hasta qué el nombre de su hermano más pequeño vino a su mente.

Cuando intentó hablar una fuerte tos lo atacó gracias a la extrema sequedad en su garganta.

Jacaerys tenía sus ojos rojizos e irritados mientras su mirada estaba fija en las anaranjadas llamas de la chimenea hasta qué los sonidos provenientes del lecho lo distrajeron.

— ¡Aegon!

Casi cae al tropezar con el tapizado de color rojo en el suelo, caminando torpemente hasta llegar a la par del Targaryen. Al comprender qué sucedía, tomó con rapidez una copa rellena de agua, entregandosela al platinado.

Mientras el mayor tomaba el agua con rapidez, Jace tenía una gran sonrisa en su rostro qué era acompañada por pequeñas lagrimas qué escapaban de sus ojos por décima vez en el día.

Finalmente el Velaryon pudo respirar tranquilo luego de tantos días.

Al rededor de una semana había pasado desde qué el rey cayó inconsciente, su Lord Mano, esclavo de la desesperación, había mandado a llamar a su hermano y cuñado, por lo tanto el príncipe Lucerys y el joven Harry habían vuelto a Desembarco del Rey hace una semana para poder apoyar a sus familias. Aún así, eso no fue suficiente para menguar el enojo del Velaryon.

Sin tener rastros de su tío e hijo, la Reina Madre y Jacaerys Velaryon habían ordenado al príncipe Lucerys qué antes de regresar a Desembarco, ataque junto a su ejército a Saltpans.

Tras esto, los ataques entre ambos bandos comenzaron sin piedad alguna. Jacaerys junto Sir Criston planificaban cada uno de los ataques con ayuda de los Lord's, irónicamente eran un buen dúo, hasta el momento habían perdido solo un enfrentamiento siendo en total unos cinco qué transcurrieron durante la semana.

Sin embargo, su ejército no era tan grande a comparación del de Daemon y habían sufrido innumerable bajas durante esos días.

La mente del castaño dejó de divagar cuando la mano de su amado terminó sobre la suya.

— D-daeron. — dijo con voz rasposa, carraspeando luego de hablar. —

Jace no respondió, quedándose mirándolo en silencio con su sonrisa ya inexistente. El Targaryen al comprender lo qué sucedía comenzó a respirar entrecortadamente, sintiendo sus ojos llenarse de lagrimas.

— Oh, amor mío. — se acomodó a su lado, acurrucando el tembloroso cuerpo en él, acariciando sus cabellos. — Lo siento tanto.

— Yo lo envié, es todo mí culpa. — murmuraba bajo, apretando sus manos en puños sobre su pecho. —

— No sabias qué esto pasaría, nadie lo hacía.

Luego de unos minutos los puños de Aegon habían debilitado el agarre en la camisa de su prometido, apartándose un poco para conectar sus miradas.

— ¿Cómo está? — preguntó con cierto temor, inclinando su rostro hacia las caricias qué eran propinadas en sus mejillas. —

— Nuestro hijo está bien, precioso mío. — Su sonrisa tambaleó, pegando sus frentes mientras acariciaba su vientre. — Tenía tanto miedo de perderlos, Aegon, me sentía enloquecer.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora