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El ambiente en aquel pasillo de la Fortaleza Roja era uno ajetreado, las voces más sobresalientes eran de aquellos vasallos qué murmuraban o sacaban conclusiones precipitadas de qué había ocurrido hace tan solo unas horas. Sin embargo, Rhaenyra había salido de los aposentos de su hijo tan solo para correr a todos aquellos ojos mal intencionados, encontrándose con Joffrey parado en el marco de la puerta, luciendo una mueca de pura culpabilidad.

El príncipe heredero no se había acercado a su madre, ni había hecho el intento, pues el porte defensivo qué adoptaba la Targaryen cuando lo veía le era más qué suficiente para saber qué su presencia no era bienvenida.

La incomoda conexión de miradas fue interrumpida por Viserys, el cual salía con pequeñas lagrimas bañando sus regordetas mejillas.

— Madre. — los ojos púrpura de la monarca bajaron hasta su hijo menor, borrando aquella molestia profunda qué se reflejaban en ellos. — ¿Puedes arroparme?

— Debo quedarme con tu hermano, cariño. — en el rostro del niño se formó un puchero, el cuál no se borró aunque sus cabellos estén siendo acariciados dulcemente. — Puedes pedirle a Elinda.

— Quiero qué lo hagas tú. — sus cortos brazos se aferraron a las piernas de su progenitora. — Por favor.

— Yo me quedaré con Aegon. — Rhaenyra se tenso en su lugar al oír la voz de su hijo mayor, evitando su mirada. — Pueden retirarse tranquilos.

La Targaryen no le contestó nada más, tomando a su hijo menor entre brazos y retirándose de allí con las faldas de su vestido ondeando a su espalda. Los maestres se habían retirado hace tiempo luego de coser y limpiar sus heridas debidamente dejandole el camino libre a Joffrey, quién tuvo qué llenar sus pulmones de oxígeno antes de empujar la pesada puerta.

El sol se estaba escondiendo por el horizonte, siendo unos pocos rayos qué iluminaban aquel delgado y frágil cuerpo qué estaba acostado sobre un sofá, el cuál estaba posado frente la ventana. El príncipe castaño se sentó en una silla acolchada entrelazando sus propias manos en su regazo.

Los cabellos lacios y platinados de Aegon se movían ligeramente por la brisa fresca con un ligero aroma a lluvia. Los ojos color almendra de Joffrey ardieron al ver cómo la cabeza del príncipe estaba vendada, su mirada viajó hasta su antebrazo, obligándose a no detenerse en el abdomen ligeramente marcado del Targaryen, o en su estrecha cintura. Pues el príncipe estaba con solo unos cortos pantalones, de una tela demasiado delgada y transparente.

Su antebrazo estaba vendado de igual manera y unas pequeñas gotas de sangre se traspasaba por la tela. Le fue complicado no fijarse en las casi imperceptibles cicatrices qué quedaron en la pierna de su hermano, preguntándose internamente sí él también dejaría marcas en el cuerpo apolíneo de Aegon.

— ¿Ya terminaste? — se sobresaltó en su lugar ante la voz débil del platinado, sintiéndose intimidado ante la mirada burlona del otro príncipe. —

— Yo- — carraspeo ante lo agudo qué sonó su voz. — Pensé qué estabas inconsciente.

— Luego de qué me hayas atacado, hubiese sido más creíble qué este muerto a inconsciente. — aquel comentario no le causó diversión al castaño, el cuál ayudaba en silencio a su menor a sentarse sobre el sofá. —

— Aegon. — se sentó en un pequeño espacio qué el Targaryen había dejado en el sofá, tratando de controlar su tembloroso mentón antes de dirigirse a su hermano. — No sé qué decirte, de verdad-

— Entonces no digas nada. — al levantar sus hombros se rozaron con los del mayor, quitandole importancia mientras acariciaba su cuello con una mueca adolorida. — Vaya, sí qué tienes fuerza.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora