𑁍048 (editado)

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DESEMBARCO DEL REY.

Dos semanas habían pasado desde qué Jacaerys y Aegon velaron a su primer y único hijo, desde aquel día, ni el Rey o su Mano se habían asomado hacia la sala del consejo, dejando a la Reina Madre sin otra opción más qué tomar las riendas de toda aquella situación.

Sin embargo la Reina, con su nula experiencia, no había sido de gran ayuda y toda la Fortaleza Roja estaba sumida en el caos al ver cómo los ataques en Maidenpool ya llevaban tres días y aún no cesaban.

Ambos estaban en aquel privado sector de los jardines, sentados sobre unos almohadones.

Jace acariciaba con sus dígitos la tela sucia qué tenía entre sus manos. Desde el tortuoso parto de Aegon, ninguno de los dos había dejado qué aquel pedazo de tela sea llevado para qué sea limpiado o algo por el estilo, por lo tanto, aquel descansaba en la estatua de su hijo junto a sus cenizas.

El platinado, acurrucado en el pecho de su amado, tenía su mirada fija en aquel tazón de mármol con detalles rojos y dorados donde estaban guardadas las cenizas de su hijo, debajo, en una placa de oro, tenía escrito "Aerys Targaryen" "El Heredero qué no Fue" en Alto Valiryo. Sus ojos ya estaban secos de tanto llorar, los sentía arder con cada parpadeo qué hacía y al mismo tiempo, una estaca clavándose en su corazón cada vez qué hacia el amague de acariciar su vientre y su mano quedaba simplemente en el aire, sin encontrar aquello por lo qué el platinado añoraba.

— Ayer me encontré con Harry. — habló por primera vez en toda la tarde el castaño, con su voz en un tono monótono. — Y me mostró algo.

— ¿Qué cosa? — volvió su mirada hasta el menor, acariciando una de sus frías mejillas. —

— Resulta qué Arrax dio su primera nidada. — aquello formó una pequeña sonrisa en los labios de ambos. — Pero no fue hace poco, fue antes de...todo. Y entre todos escogieron un huevo para nuestro príncipe, iba a ser un regalo.

Aegon sonrió enorme, emocionado por primera vez en ese par de semanas, levantando su rostro para poder besar los labios de su amado.

— La mejor parte es qué. — siguió, acunando su rostro. — El huevo qué escogieron eclosiono el día de ayer.

— Eso es una fantástica noticia. — Bajó su rostro, tomando entre sus manos las del adverso y aquella tela manchada de sangre. — Aerys era un Targaryen puro, hubiese sido un espectacular jinete.

— Hijo de Dragones. — la voz melancólica del castaño se traspaso hasta la sonrisa del otro. —

Ambos se quedaron mirando en silencio, acariciando sus mejillas entre sí o besando sus labios.

— Deberías dormir más. — dijo Jace, acariciando la piel oscurecida debajo de los ojos amatistas. —

— Duermo la misma cantidad de horas qué tu, mí brillante sol. — Aegon hizo una mueca con sus labios, levantándose de su regazo. —

Con cuidado ubicó la tela blanca y sedosa bañada en sangre al lado del tazón de mármol, doblada pulcramente. Las puntas de sus dedos acaricio aquella figura de un bebé con alas en la estatua, sintiendo aquellos fríos brazos abrazar su cintura.

El silencio fue interrumpido por Luceryon, el dragón de más de un año de edad se posó en una vieja columna qué estaba casi destrozada, rugiendo inquieto mientras rascaba con sus garras sangrientas la piedra.

¿Fueron a cazar? — El Targaryen se acercó hasta su oscuro dragón, acariciando su cabeza. —

Acariciando sus oscuras escamas, el dragón intento posar su cabeza en el abdomen de su futuro jinete, sin embargo al no sentir aquello a lo qué se acostumbró los últimos nueve meses, rugio furioso y batió sus alas en el aire de nuevo.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora