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Cuando Aegon despertó la mañana siguiente al casamiento de su amiga, tenía un fuerte dolor de cabeza.

Pequeñas escenas venían a su mente, difusas y entrecortadas; todas eran en Desembarco del Rey. Las personas se acumulaban en las plazas y hacían shows de teatros ofensivos hacia la familia real, o la casa Targaryen en general. No sabía sí habían sido sueños o no, pero era muy evidente el disgusto qué comenzaban a demostrar aquellos plebeyos.

Sin embargo no estaba tan intranquilo cómo hace medio año, aunque seguían sin contar con el apoyo de grandes casas en Westeros, gracias al gran recorrido qué habían estado transitado por las ciudades libres, muchas de estas aceptaron una alianza con Aegon, con promesas y juramentos para cuando el Targaryen retome su Trono.

Sus pensamientos se vieron eclipsados cuando sintió cómo algo aún descendía entre sus muslos, manchando las desordenadas sábanas. Pasando una mano por su rostro recordó todo lo sucedido anoche con mayor claridad, decidiendo nunca más ingerir vino ya qué lo hacía débil ante sus tentaciones.

Intentó alejarse pero un fuerte brazo estaba firmemente enganchado a su cintura, por lo tanto decidió quedarse allí en silencio unos segundos más, al fin de cuentas parecía bastante temprano.

Jacaerys dormía plácidamente sin ser consciente de cómo su esposo estaba altamente aburrido con su mejilla aplastada en su pecho, jugando con los bordes de la sabana qué únicamente cubría de sus caderas hacia abajo. El platinado acariciaba algo distraído el abdomen del Velaryon, hasta qué vio cómo la sabana remarcaba de manera nada disimulada la intimidad de su amado.

Lo pensó por una buena cantidad de segundos antes de introducir su mano debajo de aquella tela, mordiendo levemente su labio inferior al notar cómo aún estaba caliente y húmedo. Evidentemente durmió demasiado poco.

Cuando el Rey Consorte se levantó de su corto y profundo sueño, lo primero qué salió de sus labios fue un pequeño jadeo. Al bajar su mirada, observó con ojos vidriosos cómo el Targaryen utilizaba su boca a su gusto alrededor de su muy despierto miembro.

— Mierda. — sin decir más, echó su cabeza hacia atrás. —

Su cuerpo estaba demasiado sensible y tener la punta de su musculo chocando con la garganta de Aegon no ayudaba en lo absoluto. Una corriente eléctrica recorrió toda su columna vertebral cuando comenzó a mover su cabeza de arriba hacia abajo, sacando pequeños gemidos de su querido sobrino.

Al notar cómo un nudo se formaba en su vientre bajo, tomó aquellos cabellos platinados qué adoraba y lo separó de su miembro, provocando un qué un obsceno chasquido salga de sus labios. Sin mucha lucha ubicó el cuerpo de su esposo sobre su regazo, alineando su musculo en su aún goteante y maltratada entrada antes de encajarla en ella.

El sonido de las personas despertando alertó al castaño antes de qué su miembro esté completamente dentro de su amado, así qué tapó su boca con su mano libre cuando el mismo echó su cabeza hacia atrás y soltó un profundo gemido ante la poca delicada introducción.

Aegon movía sus caderas cómo sí de un experto se tratase, mordiendo su labio inferior y murmurando respuestas incoherentes cada vez qué el castaño debajo suyo le preguntaba cuanto disfrutaba de aquello.

Ambos estaban por alcanzar la cúspide de su placer cuando la voz ya no tan aguda de Leiah se hizo escuchar detrás de las telas qué simulaban ser una puerta.

— ¡Majestades, les traigo su desayuno! — Jace le sonrío casi burlón a su esposo, sin detener los movimientos de sus caderas. — ¿O desean desayunar más tarde junto a los demás?

El platinado intentó alejarse de su esposo sin embargo el mismo no se lo permitía, chocando sus pieles en cada una de sus embestidas. Leiah había vuelto a preguntar, esta vez un poco más alto, creyendo qué estaban aún dormidos. Jace se acercó hasta el oído de su esposo, respirando pesadamente antes de susurrar.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora