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La leña qué había estado ardiendo en la chimenea del Rey Aegon estaba completamente en cenizas cuando cierto castaño se levantó de su gratificante sueño gracias a los pequeños golpes provenientes de la pesada puerta de roble. El príncipe soltó un quejido cansado al sentir los rayos del sol golpear sin piedad sus ojos.

Cuando intentó levantarse de la cama, sintió unos cálidos brazos apretarse alrededor de su cintura. Una boba sonrisa nació de los labios al despejar su mente para comenzar a recordar absolutamente todo lo qué había pasado la noche anterior. Con delicadeza volvió a su posición inicial, llevando una de sus manos hacia la pálida mejilla de Aegon, acariciando esta con lentitud al mismo tiempo qué posaba sus labios en su frente.

— Aegon. —lo llamó en un susurro.— Aegon, Aegon, Aegon.

Después de estar casi un minuto así y qué los golpes en la puerta no hayan cesado, Jacaerys sacudió el delgado cuerpo ya algo preocupado, dándose cuenta cómo los ojos del Targaryen revoloteaban en todas direcciones con sus parpados aún cerrados. De un momento a otro el joven platinado abrió sus ojos con miedo, sentándose y retrocediendo cuando Jace intentó tocar su mejilla.

— Soy yo, tranquilo.

Finalmente el Targaryen reconoció donde estaba y con quién, soltando un aliviado suspiro mientras se acercaba al príncipe y lo rodeaba fuertemente con sus brazos. Antes de qué el Velaryon pueda preguntarle al Rey por su sobresalto, una aguda voz se hizo escuchar desde atrás de la puerta.

— ¡Su Majestad, le traje el desayuno!

Ambos se miraron en silencio por unos segundos hasta qué el castaño se levantó con pesar de la cama, sin molestarse en cubrir su desnudez mientras buscaba y se colocaba sus ropas. Una vez finalizó, Aegon le permitió el paso a la pequeña niña pelirroja la cual tarareaba algo mientras la puerta era abierta. Por alguna razón el guardia no había echado una mirada dentro de la habitación, siendo únicamente Leiah quién observaba al príncipe Jacaerys parado a un lado de la cama de su Rey, terminandose de poner un arrugado jubon, sin hablar del platinado el cuál tenía su mirada perdida en las cenizas de la chimenea y unas cuantas sábanas tapando de su abdomen hacia abajo.

— Príncipe Jacaerys, no sabía qué se encontraba aquí. — confesó algo avergonzada, dejando la bandeja con comida en la mesa.— De inmediato le traigo algo más para usted, qué desea?

— Oh no es necesario, Leiah. — le sonrío amable a la chica, quien estaba algo descolocada, pues no estaba acostumbrada a su amabilidad.— Aunque agradecería qué prepares un baño.

Las pestañas pelirrojas de la sirvienta se entrecerrados inconscientemente, sacando una divertida risa del príncipe, viendo cómo la niña sólo se limitó a asentir y marcharse de la habitación, asegurando qué volvería pronto.

Cuando estuvieron finalmente solos en la habitación, Jace se dedicó a mirar por unos segundos a Aegon y su mirada, la cuál seguía perdida atraves de la ventana. Frunció su ceño levemente al darse cuenta cómo en su mirada había un deje de miedo, lo cual no era para nada normal.

— Cariño, qué ocurre? — la suave voz del castaño trajó de vuelta a Aegon, quien sonrío levemente al sentir su mano ser tomada entre las más grandes.—

— Ya se están acercando, Jace. — contestó finalmente luego de unos segundos.— Tengo miedo de qué pueda llegar a ocurrir. No quiero qué te pase nada, moriría sí algo te pasa a ti, mí sol.

El príncipe le sonrío con dulzura, inclinándose para besar suavemente sus labios mientras acomodaba sus rebeldes cabellos mañaneros.

— No me pasara nada, a ninguno de los dos. —le dijo firme, mirando sus ojos y sin quitar su mano de su mejilla.— Ambos nos protegeremos, está bien? Nada nos va a pasar.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora