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Los rayos del creciente sol golpeaban fuertemente el rostro del Velaryon. El príncipe Jacaerys había terminado dormido, apoyado sobre esa incomoda roca y con sus pantalones mojados gracias a la nieve qué se derretía bajo su toque. Llevó una mano hacia sus ojos, buscando cubrirse de la inminente luz, frotandolos luego sin la delicadeza correspondiente.

Le tomó algo de tiempo darse cuenta qué las llamas qué lo acompañaron y calentaron toda la noche ya no existían. Se levantó apurado, dejando atrás todas las pieles qué lo cubrían, comenzando a caminar a pasos torpes hasta ese montículo de ceniza. Aunque no quisiera admitirlo, estaba bastante preocupado.

Toda la madera se había quemado, excepto la tabla donde posteriormente había descansado el cuerpo de Jacob, ilogicamente estaba intacta. Cuando estuvo a unos dos metros de la gran mancha negra, pudo ver a ciertos cabellos platinados relucir bajo la luz del sol.

Apuró su paso hasta qué estuvo parado frente a la tabla, sin atreverse a caminar más.

— ¿Aegon?

El Targaryen estaba en cuclillas en la nieve, de espaldas al príncipe. Salió de debajo de la tabla, comenzando a pararse sin girar aún para ver al otro joven, sintiendo su mirada fija en su nuca. Cuando finalmente estuvo de forma adecuada de pie, giró sobre su propio eje sin apuro, avanzando hasta su amado.

Jace jadeo sorprendido al ver a ambos dragones bebés en los brazos del adverso. Eran tontamente particulares. El pequeño dragón qué estaba sobre su hombro, aparentemente tranquilo, era de un fuerte color negro, sin embargo en su lomo, cola y alas resplandecía un magnífico azul. Sus ojos parecían grandes zafiros. Frunció su ceño algo confundido al darse cuenta cómo el lomo no era únicamente azul, sino qué de él salían algún tipo de llamas del mismo color. Su mirada viajó hasta el otro dragón qué correteaba por los pálidos brazos, enrrollandose en estos. Este era de igual forma negro, sin embargo, su lomo, dos cuernos extrañamente grandes qué tenía en la parte delantera de su cabeza, sus alas, algunas escamas en el resto de su cuerpo y su pecho eran de un potente color marrón claro. Exactamente el mismo qué tenía en sus ojos.
Sonrío de medio lado al darse cuenta cómo en su lomo, las escamas parecían demasiado filosas.

El Velaryon estaba tan atraído por los dragones qué no se dio cuenta en qué momento Aegon había terminado delante de él, únicamente con sus pantalones de cuero de dragón, hasta qué su tranquila voz se hizo escuchar.

— Te presente a mí amada Draconys. — La pequeña, ahora sabía Jace, dragona mordió suavemente el hombro de su futuro jinete, llegando al lado de su hermano.— Y mí preciado Luceryon.

— ¿Por qué ella?

Antes de qué Aegon pueda contestar, ambos dragones habían comenzado a jugar, siendo la dragona la primera en rugir fuertemente. Jace llevo sus manos a sus oídos al darse cuenta qué los gritos de una aparente mujer siendo torturada y llorando fieramente realmente era el rugido de la ofendida Draconys qué se subía a la cabeza del Targaryen.

— Wow.

— Lo sé.

— Son hermosos, mí luna. —el Velaryon finalmente se acercó al joven, abrazando su cintura con suavidad, llevando una mano a su mejilla para limpiar las cenizas de esta sin quitar la mirada de esos hermosos ojos.— ¿Estas bien?

— Mejor qué nunca. —la sonrisa en los quebrantados labios tranquilizó al más joven, el cuál comenzó a besar su rostro repetidas veces.— Te amo demasiado, gracias por estar junto a mí.

— Yo te amo aun más, cariño. —devolvió su sonrisa, sintiendo cómo Luceryon saltaba hasta su hombro.— Estaría junto a ti aunque me alejes a gritos.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora