𑁍072

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Heleana lo había acompañado en silencio durante el resto de la tarde, hablando únicamente cuando intentó convencer a su hermano de decirle a su esposo qué creía estar embarazado. Pero para el Targaryen era algo inconcebible, por qué él no sería razón suficiente para qué su esposo se quede a su lado?

El festejo por el nacimiento de Jhiqui se prolongó más de lo esperado, hombres daban tumbos por el barco más grande a causa de la gran cantidad de cerveza qué habían ingerido o fornicaban de manera explícita frente todos, cómo sí aún estuviesen sobre su tierra natal.

La princesa yacía dormida en su lecho desde hacía tiempo mientras su hermano estaba parado, observando la luna llena brillando de una manera tan única frente sus ojos, sin embargo durante unos segundos este brillo desapareció, dejando todo en penumbras, culpa de las enormes alas color bronce de Vermithor, quién pareció rodear aquella gloriosa esfera antes de descender en dirección a los barcos.

Los ojos violetas enfocaron con dificultad la puerta tras oír pasos fuera de los aposentos, indeciso de sí salir o no. Luego de pensarlo por unos segundos, su cuerpo cubierto por una capa se deslizaba tras la figura de su amante, quién caminaba con algo de dificultad gracias a las pesadas bolsas qué colgaban de sus manos.

Colgados dentro del barco, en caso de emergencia, habían un par más pequeños; Jacaerys se detuvo a la par de uno, pasando el dorso de su mano por su mejilla húmeda antes de juntar sus fuerzas y cargar una de las bolsas más grandes allí, bufando furioso al fallar.

— ¿Te ayudo? — la voz de Aegon sonó tímida mientras se ponía la capucha de su capa, algo intimidado ante la seria mirada del castaño. —

Lo examinó con la mirada durante tanto tiempo qué el platinado consideró dar la media vuelta y huir, deteniendo sus impulsos al oír el carraspeo por parte de Jacaerys.

— Por favor. — otorgándole una corta sonrisa, Jace se hizo a un lado para qué ambos puedan tomar en sus manos las cuerdas del bolso. —

Fue cuestión de minutos para tener todo el equipaje del Velaryon dentro del pequeño barco, con ayuda de su esposo, el cuál no mencionó una sola palabra durante todo ese corto plazo. El ambiente entre ellos no era uno incómodo, pero ambos eran conscientes del nudo en la garganta qué compartían y cómo sus ojos no pararon de picar apenas sus miradas se cruzaron; a Aegon en ese momento no le importó sí estaba ayudándolo a marcharse o no, solo deseaba disfrutar de su presencia un rato más.

— Podría acompañarte. — de nuevo, luego de minutos tensos de silencio, Aegon habló con voz tímida. — Dejar este barco a la deriva sería un desperdicio, lo traeré de vuelta.

— ¿Serás capaz de hacerlo? — preguntó con burla, sacando pequeñas risas de ambos luego. — Puedes acompañarme, claro.

De esa manera, desataron las cuerdas del barco y lo colocaron sobre el agua, sin decir nada, ambos sentían cómo sí estuviesen escapando de algo, escondiéndose de alguien, pero esta vez siendo conocedores qué se escondían de ellos mismos. De sus sombras y de sus errores, aquellos qué atormentaban a sus blandos y estúpidos corazones.

No supieron cuanto tiempo estuvieron sobre aquel barco, tal vez fueron diez minutos, una hora, un día o una vida completa, pero para ellos aquel tiempo se les hizo insuficiente, muy insuficiente. Lloraban en silencio mientras compartían sonrisas o casuales carcajadas sin razón aparente, sintiéndose cómo aquellos niños estúpidos qué alguna vez fueron; sin guerras, sin coronas, sin muerte.

Pero su corazón no dejaba de empujar sus huesos, rogándoles por salir y detener todo aquello. Se sentía incorrecto el estar en silencio, sus corazones deseaban gritar y llorar, profesarse su amor e implorar para qué sus devociones sean más qué suficientes para seguir juntos toda la vida. ¿Pero ya no habían demostrado cuanto se amaban? Y aún así parecía no ser suficiente.

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora