𑁍055

130 12 5
                                    


Los guardias, preocupados por el nuevo heredero de su Reina, habían acudido de inmediato con el lloroso Velaryon en los brazos de uno de ellos hasta los aposentos de la Targaryen, donde estaba acompañada por su hija menor y su esposo.

Algunos sirvientes qué habían pasado a su lado juraban oír al pequeño castaño rogar perdón hacia los Dioses, su hermano y su tío. Sin embargo, lo pudieron comentar entre ellos durante tan solo un día, pues la Reina Rhaenyra les prohibido iracundamente decir algo más respecto al tema.

— Debemos buscarlos. — fue lo primero qué atinó por decir apenas llegó a los aposentos de su madre. —

Los Targaryen mayores se vieron entre ellos antes de devolver la mirada a aquellos ojos rojizos y las pequeñas lagrimas qué aún escapaban.

— ¿A qué te refieres, cariño? — Rhaenyra se acercó hasta él, acariciando su mejilla. —

Joffrey inclinó levemente su rostro, rechazando de manera educada el toque de la platinada. Esto logró confundir y preocupar a la monarca a partes iguales, pues su querido hijo nunca había rechazado algo de su parte.

— Mí tío y mis hermanos. — declaró con voz firme apesar de su mirada gacha. — Deben volver.

— Son traidores a la corona, no pueden regresar. — Daemon ahora se paró al lado de su esposa, acariciando la pequeña mano de su hija. — Cometieron delitos, Joffrey, aquello no es aceptado.

— El único qué insultó a los Dioses y a la corona fue mí tío Aegon. — levantó su mirada. — Mató al Rey Viserys; su deuda fue pagada por la sangre de su hijo, Aerys. Sangre por sangre, un intercambio justo. Una deuda saldada.

La Targaryen agachó su mirada con sus ojos fuertemente cerrados. La sangre de su padre en manos de su medio hermano había sido un echo qué se había forzado a negar; aquellas teorías remotas qué había creado para quitar la atención de Aegon habían sido completamente en vano cuando su hijo confesó aquello tan abiertamente.

Mientras el corazón de su esposa dolía, Daemon gruñó furioso, apretando el mango de Hermana Oscura con fuerza.

— Nada es tan sencillo. — habló finalmente entre dientes. — La sangre de aquel chiquillo es insignificante al lado de la de mí hermano, un Rey. Aquel era tan solo un bastardo, hijo de otro bastardo.

— No permitiré qué hables de mí difunto nieto de aquella manera. — reprendió la mujer, borrando la lagrima qué descendió por su mejilla. — La sangre del dragón corría por sus venas, cómo la tuya y la mía. Los pecados de su padre no deben ser una sombra para él.

— Entonces no permitas qué lo sea. — Joffrey tomó la mano libre de su madre, mirándola casi desesperado. — Perdona a mis hermanos,  mantén prisionero a Aegon junto a la Reina Alicent. Aquello será suficiente, madre, no le des oportunidad a qué vengan a tomar venganza.

— No hay venganza la cual ejercer, mí querido. — la platinada le sonrío titubeante. — Cómo tu lo dijiste, sangre por sangre. La muerte del príncipe Aerys fue tan solo un cobro por parte de los Dioses, no fue culpa nuestra.

El castaño solo suspiró frustrado bajo la mirada analizante de su padrastro. Pasó sus manos bruscamente por sus cabellos, demostrando lo desesperado qué comenzaba a sentirse.

— Madre, ellos no lo ven de la misma manera. — negó con su cabeza, teniendo sus ojos fijos en su pequeña hermana. — Jace amenazó al no nacido hijo de Baella, Lucerys casi me rebana el cuello y Aegon prometió matarnos a todos y entregarnos a las fauces de sus dragones. ¿Aún crees qué no buscarán venganza?

Fuego Helado (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora