CAPÍTULO 11

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Anastasia estaba segura de que en los últimos dos días había vivido más situaciones que en su vida entera.

Las palabras de Keelan calaron profundo en su pecho. Ella iba a decir algo, pero cerró la boca y apretó los labios.

Odiaba que él tuviera la razón.

¿Cómo iba a discutir si todo eso era su culpa?

Ella solita se metió en ese problema.

—No puedes quedarte aquí, conseguiré la forma de que puedas irte y ...—comenzó a decir él de pronto.

—¿Disculpa?—

—Yo quería a Elora para que cumpliera con el trabajo de una esposa por contrato. Ella iba a encargarse de las reuniones sociales y de poner en alto la imagen de la empresa, mientras que yo trabajaba sin tener que responder ante esas estupideces. Obviamente, ella iba a obtener una buena ganancia monetaria y un apellido influyente. Eso era todo, ambos ganábamos. —explicó sin más.

—Pero yo no soy Elora y definitivamente no soy conocida en la sociedad.—susurró Ana, entendiendo a qué se refería él.

—Y ese es el problema... ¿Qué beneficio me trae a mí un matrimonio contigo? Para como yo lo veo, los únicos que están ganando algo aquí, son los Makris.—dijo él con sinceridad.

Ella levantó la mirada, intentando hacerle frente, pero él la ponía muy nerviosa.

—¿Qué pensabas que buscaba yo? ¿Amor, una familia propia, sexo? —le preguntó Keelan en una voz baja y ronca.

Ella odiaba sentirse tan patética, odiaba sentirse como un fracaso.

No se había casado con él para ser un fracaso.

—No pensé en nada de eso cuando me arriesgué. — le confesó. —La verdad es que ni siquiera se me ocurrió. Solo pensé cumplir con la ceremonia de la boda... –Ana tomó aire y levantó la cabeza para mirarlo a los ojos. —Ni siquiera pensé en todo lo demás. Ahora sí lo estoy haciendo...—admitió.

—¿Y qué es todo lo demás?—

—Pues... Cumplir con el papel de esposa adecuada. —respondió ella. —Soy griega y sé lo que esperan los hombres griegos.— terminó con determinación.

—¿Oh, sí?—

–Sí.

Algo en la especulativa mirada de Keelan le aceleró el pulso.

Parecía un león dispuesto a saltar sobre su presa.

Lucía dispuesto a devorarla y eso la asustó. No por él, sino por ella misma.

Porque se le ocurrió que estaba dispuesta a ser devorada y no sabía cómo controlar esos sentimientos nuevos, sentimientos que eran tan extraños para ella.

—¿Y qué es lo que esperan los hombres griegos según tus conocimientos?—

Ella tragó saliva.

Intentó organizar sus pensamientos, para no ser traicionada por su mente y terminar diciendo alguna estupidez.

Odiaba admitirlo, pero con él cerca perdía la línea habitual de pensamientos.

Temía decir lo extraña que se sentía en cuanto a él o alguna otra idiotez.

—Espera, antes de responderme eso, necesito que me expliques algo... —dijo él de pronto.—¿Cómo te convenció tu padre para que ocuparas el sitio de tu hermana?—

Ana frunció el ceño, confundida.

—¿A qué te refieres?—

—¿Te amenazó de alguna forma o se trató de algún chantaje? ¿Cómo consiguió que fueras a la capilla y tomaras el lugar de tu hermana en esta farsa?—

ESPOSA SUSTITUTA (Saga Vasileiou I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora