CAPÍTULO 76

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El monstruo Tholos tenía mucho tiempo esperando el momento en el que pudiera reencontrarse con Victoria.

Esa mujer era el personaje principal de sus pesadillas, la razón por la que (en sus momentos más oscuros) el dolor de no tener familia le causaba un resquemor profundo en el pecho.

Eros Tholos sabía que no estaba bien, pero no podía evitar odiarla con todas sus fuerzas.

Desde niño había alimentado su odio por esa mujer, imaginándose en más de una ocasión cómo sería aplastarla con sus propias manos. Matarla, tal y como ella había hecho con su humanidad cuando era sólo un niño que no pidió nacer. Un niño que ni siquiera sabía quién era su padre, ni el peso que cargaría en sus hombros por ser hijo de ese hombre.

Intentando mantener la compostura, se giró para encarar a Victoria.

Aun seguía con Anastasia Vasileiou en brazos.

—Estoy llevándola con su familia. —dijo él en un gruñido que retumbó en el pecho de Anastasia.

—¡Tú no la vas a llevar a ningún lado, porque esto no es tu asunto! —gritó ella furiosa. Aunque en realidad por dentro estaba aterrada, no podía creer que ahí se encontraba su más grande amenaza. Eros Tholos, apodado el Monstruo. Era nada más y nada menos que el primer hijo que había tenido su difunto esposo. Por más que luchó en ocultarle el origen de Eros, al final su esposo lo había reconocido como suyo a espaldas de Victoria. Lo odiaba... Más ahora, que aparecía como si nada; siendo orgullosamente el único heredero legítimo de los Protectores de la Noche.

Sin Eros tener idea, él también era la peor pesadilla de Victoria.

A quien ella intentó matar en la infancia, pero no pudo... Sólo consiguió dejarle una horrenda cicatriz que lo hacía aún más atemorizante.

—Puede que usted asegure que no es mi asunto, pero de quién si lo es; es de Keelan Vasileiou... ¡¿O no?! —rugió el Monstruo, girándose para mirar a Keelan a la cara.

—Sí, efectivamente es mi esposa y mi asunto. —respondió Keelan al tiempo que alcanzó al Monstruo y le quitó a Anastasia de los brazos, cargándola él.

Anastasia se mordió la lengua. Sabía que no era momento para quejarse porque la estuvieran tratando como a un saco de patatas.

—¡No puedes llevarte a mi hija! —gritó Victoria furiosa cuando vio a Keelan cargarla.

—¡Claro que puedo y lo haré! Aparte de que ella es libre de escoger dónde quiere estar; resulta que es mi esposa y está embarazada de mi hijo... Y usted no se va a interponer entre nosotros. —gritó Keelan.

—Deja de perder el tiempo en discusiones vanas, Victoria. Anastasia se irá con su esposo; lo quieras o no... Y tú, creo que deberías irte poniendo a cuentas, porque te ha llegado tu hora. Se acabó tu reinado. —gruñó Eros Tholos. —Vas a pagar por todo lo que hiciste para quedarte con el poder. No quedará impune lo que le hiciste a mi padre y a mi hermana. —dijo acercándose a ella amenazante. Todos la vieron retroceder por instinto, al tiempo que Eros Tholos dejaba escapar una risa irónica sin humor. —Pero, tranquila, no será por mi mano... Hay alguien que esperó por mucho tiempo para tomar la venganza de lo que un día le hiciste; y creo que es justo que mueras por su mano. —agregó, pero su última palabra se vio opacada por una lluvia de disparos.

Los corazones de Anastasia y Keelan comenzaron a latir desenfrenados, sintiendo el verdadero terror. Vieron cómo todos los hombres que habían estado reunidos alrededor de Victoria y de Eros se dispersaron.

Cada uno huyendo de los tiros.

Keelan reaccionó un par de segundos después.

En ese momento ni siquiera le importaron los otros miembros de su familia. La única en su mente era Anastasia. Ella y su hijo.

Corrió lejos de la revuelta, con su esposa en brazos.

Con rapidez, ni siquiera supo cómo, llegó hasta su auto que estaba aparcado afuera.

Mientras subía a Anastasia y le abrochaba el cinturón, vio cómo su abuelo, su suegro y su hermano corrieron hacia la camioneta de Kal.

Él subió de piloto y aceleró rápidamente, alejándose de ese lugar.

Su corazón se sentía como si pudiera estallar en cualquier momento, pero eso no le importaba.

En secreto, le pidió al cielo que (si acaso iba a morir) le diera tiempo para asegurarse de que su esposa estuviera a salvo; lejos de cualquier cosa que pudiera afectarla.

Sintiendo que su espíritu encontraba paz al saberla con él, intentó posar su mano sobre el muslo de Anastasia, tal y como lo había hecho cuando paseaban por Mykonos.

En ese momento sintió la necesidad de tocarla, sentirla a su lado... Pero lo único que obtuvo fue su rechazo, cuando ella apartó su mano como si el contacto la quemara.

No importa, se dijo él.

Lo importante es que ya está aquí; conmigo, a salvo. Pronto podremos hablar, en cuanto le explique lo que sucedió, todo irá bien... Sus pensamientos se suponía que debían calmarlo; pero por alguna razón no conseguía que un mal presentimiento lo abandonara.

El ambiente era extraño dentro del auto, pero Keelan sólo siguió pensando en mantener a su esposa embarazada a salvo.

Los sonidos horripilantes de disparos seguían escuchándose detrás de ellos, pero conforme iban alejándose dejaban de escucharse.

Tanto Keelan como Anastasia parecían estar en shock.

Ana tenía la mente en blanco, no pensaba en absolutamente nada, cosa que era jodidamente imposible para toda mujer; al menos imposible de hacerlo voluntariamente.

El auto de Keelan iba delante de la camioneta en la que venían Pietro, Bemus, Kal y Basil.

De vez en cuando daba un vistazo al retrovisor, nervioso de que la camioneta en la que venían los demás desapareciera o algo.

Después de vivir un momento como ese, estaba seguro de que tendría pesadillas y mucha paranoia.

Anastasia estaba haciendo una introspección sobre su vida, ni siquiera lograba pensar en el hecho de que aún seguía molesta con su esposo o de que quería darle un par de bofetadas por todo el enojo que traía guardado contra él, no. En lo único que había comenzado a pensar fue en que era increíble que una mujer como esa fuera su madre biológica. Esa mujer era horrible y ella sólo esperaba que Zacarías, Eleanor y el mismo Monstruo (quien a pesar de ser horripilante la había salvado) estuvieran bien.

Deseaba que hubiesen escapado sanos y salvos de la balacera.

De pronto, llegó a su mente la imagen de su padre.

Ana sabía que muchas cosas escapaban de su control, pero lo que sí tenía claro era que no importaba qué hubiese sucedido; los Makris eran su familia y ella jamás iba a pensar lo contrario.

Eran su familia y jamás dejarían de serlo.

Mientras ella pensaba en eso, su esposo manejó por diez minutos más en silencio, pero se detuvo en cuanto vio cómo la camioneta que manejaba su hermano se detenía.

Él bajó el vidrio de su puerta.

—¿Por qué nos detenemos? —preguntó en un grito. Lo único en lo que podía pensar era en la seguridad de su esposa y ese aparcamiento tan abrupto lo hizo sentir de los nervios. Pensó que había sucedido algo.

Bemus Vasileiou bajó de la camioneta y se acercó al auto de Keelan.

—Debo cerrar el trato con Eros Tholos. —informó Bemus y Keelan bajó del auto.

En ese momento, frente a ellos, apareció una camioneta gigantesca negra.

Era verdaderamente estrambótica.

Anastasia estaba segura de que jamás había visto una de esas... Ni en la vida real, ni en la televisión. Era alta y grande; digna de ser el auto de un hombre tan grande como el Monstruo Tholos, pensó ella un poco divertida.

ESPOSA SUSTITUTA (Saga Vasileiou I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora