Anastasia les regresó el saludo con efusividad y Basil no se perdió ni un segundo de eso.
La ropa que estaba usando le sentaba como un guante... Y no es que fuera una mujer perfecta físicamente, no.
Simplemente, Anastasia tenía algo en su esencia que lo atraía como el azúcar a las hormigas. Aún no identificaba qué era eso que lo tenía observando sus gestos constantemente, como si ya la conociera de alguna manera y cada gesto suyo fuera un jodido deja vú.
Sus piernas eran musculosas y sus pechos generosos, parecía salida de una revista para adultos.
Era un hombre, por Dios, ¡claro que seguía notando esas cosas a pesar de seguir enamorado de su esposa!
Soñaba con la mujer a la que había amado y la extrañaba... Pero él sabía que esa mujer nunca regresaría.
Jamás lo haría.
Le dolía, pero no se comparaba con el dolor que le causaba saber que sus hijos no iban a tener una figura materna durante su crecimiento y desarrollo... Todo por culpa del monstruo que había tenido como suegra.
Esperaba que al menos, donde quiera que se encontrara, estuviera bien.
La extrañaba; extrañaba su olor en la cama y por todos lados en la casa. Extrañaba como un condenado sus besos y su voz... A menudo pensaba en que, si su situación actual no era el infierno mismo, se parecía demasiado.
Pobre Basil... Ni siquiera tenía idea de que la historia a duras penas estaba comenzando para él.
Anastasia le observó con detenimiento, de nuevo su acompañante estaba usando sólo shorts playeros. Su pecho musculoso estaba brillando bajo la luz del sol y ella luchó por mantener su mirada sólo en su rostro.
De pronto recordó las palabras de Basil y se aclaró la garganta.
—No me había estado sintiendo bien, así que tuve que ir al doctor ayer. —admitió ella en un susurro.
El rostro de Basil cambió de bromista a preocupado de un segundo a otro y dio un paso más cerca de ella.
—¿Y qué te dijo el doctor? ¿Ya te sientes mejor? ¿Te recetaron algún tratamiento o algo así? —preguntó rápidamente Basil, acercándose cada vez más a ella.
Su expresión era de mucha preocupación.
Ana sintió como ese gesto le calentaba el pecho.
Ella extrañaba a su familia y que sus padres, o alguien, se preocuparan por ella.
Se sentía bien que alguien lo hiciera y más si era un hombre como Basil.
—Bueno, en realidad dijo que todo estaba bien. Solamente debo cuidar mi alimentación y ser un poco más relajada, porque el estrés ha estado causando desajustes hormonales en mí. —le contó a Ana y se sorprendió al no sentirse avergonzada de compartir esta información con él. Las mujeres griegas no acostumbraban a hablar de sus situaciones hormonales o de salud tan a la ligera.
Casi sin darse cuenta, ella se quedó esperando una reacción extraña de parte de él. Pero a su vecino no pareció importarle en lo más mínimo.
—Bueno me preocupa que hables de estrés, porque realmente estás tranquila viviendo sola, en una casa en la orilla de la playa. —responder rápidamente Basil. —¿Qué cosa es lo que puede estar estresándote? —preguntó con suspicacia y ella tragó grueso.
—Problemas personales. —respondió rápidamente y luego se dio cuenta de su error. —Lo siento, no quise...—intentó disculparse.
—Tienes razón, creo que fue imprudente de mi parte preguntar eso. —murmuró él, al tiempo que le daba la espalda y caminaba hacia las olas.
Anastasia y los niños le observaron mientras él caminaba dentro del mar y en cuanto llegó a una zona más profunda, se impulsó hacia arriba y luego se sumergió, desapareciendo dentro del agua.
Basil nadó un rato, parecía estar en un proceso de desestresarse, lo que hizo que Ana se sintiera culpable con la respuesta que le dio.
Después de un rato de jugar en la playa con los niños, Basil salió del mar y aplaudió llamando la atención de ellos.
Se veía totalmente lamible, que Dios la perdonara pero lo estaba.
Las gotas de agua hacían su camino, bajando por la piel de Basil, dándole un espectáculo de masculinidad a Anastasia.
—¡Acabo de tener una idea! ¿Qué les parece si vemos una película y les hago una cena deliciosa? —ofreció él llegando hasta ellos y los niños comenzaron a saltar y aplaudir emocionados.
—¡Papá siempre hace comida muy deliciosa! —dijo la pequeña de forma jactanciosa.
Se les notaba lo orgullosos que estaban de su padre.
—¡Pues a mí me gusta la idea! Tenía días sin verlos y los extrañé mucho... Así que vamos. —dijo Anastasia divertida y contenta con la invitación.
Recogieron sus cosas y caminaron por la playa, hacia la casa estaba al lado de la de Anastasia.
Desde el momento en que llegaron a la fachada del patio trasero, Anastasia se dio cuenta de que el diseño de la casa de Basil era un poco menos elegante que su casa. Desde afuera se podía ver que tenía un estilo mucho más playero que la casa que les había regalado Bemus Vasileiou a ella y Keelan.
Donde su propia casa tenía vitrales y paredes de cristal, La casa de Basil tenía ladrillos y pocas ventanas.
Parecía diseñada para ocultar un gran tesoro... De hecho, si se le prestaba atención, tenía una estructura parecida a la de un castillo pequeño.
A Anastasia le pareció que cada casa definitivamente contaba la historia de quienes la habían comprado.
Esa casa gritaba que querían mantener algo adentro, algo a lo que no querían que absolutamente nadie pudiera acceder.
Sólo la apariencia exterior gritaba privacidad a los cuatro vientos y ella no podía dejar ir ese sentimiento de que Basil ocultaba algo, además era obvia su lucha por mantener la privacidad siempre, pensó ella, recordando lo que sucedió el día que se conocieron y la forma en la que él estaba tan disgustado.
Ella casi nunca lo había visto molesto. De hecho, le parecía que la única ocasión en la que le vio molesto fue esa (en la que él le pidió explicación del por qué estaba pintando a los niños).
De pronto a Ana se le ocurrió que esa imagen de Basil era una de las ocasiones en la que más guapo lo había visto.
Cuando se enojaba daba un aspecto mucho más serio, pero también caliente. Era esa forma de fruncir el ceño y arquear las cejas, como cuestionando cualquier cosa, lo que le hacía lucir más inalcanzable e intimidante... Pero ésta última del tipo mojabragas.
De pronto, ella regresó a la realidad justo cuando llegaban a la puerta de entrada a la casa.
Los cuatro entraron a la casa y a Ana se le desencajó la mandíbula del asombro.
Por fuera, no parecía ser más lujosa que la suya, pero por dentro era realmente espectacular.
Las paredes estaban decoradas con rocas que a leguas se notaba que eran costosas. Casi toda la decoración era de Madera; la sala era gigantesca totalmente espaciosa, el comedor y la cocina estaban conectados y también eran muy grandes.
—Tu casa es preciosa... —balbuceó ella, ante lo cual Basil se carcajeó con fuerza.
—Si, gracias. Eso me dicen cada vez que invito a mis amistades a aquí. —bromeó el. Anastasia al principio no entendió, pero luego puso los ojos en blanco, dándose cuenta de la broma en sus palabras.
—¡Si, claro! El montón de amigos que tienes ¿y cuantos más? —respondió. A lo que los tres; el padre y los dos hijos, se carcajearon ruidosamente.
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ESPOSA SUSTITUTA (Saga Vasileiou I)
RomanceAna nunca ha sido el primer lugar... Pero, después de tanto tiempo sumida en una vida solitaria, por fin la vida le da la oportunidad de hacer algo diferente. Ella finalmente podrá ser alguien en la sociedad griega y, al mismo tiempo, salvará a su...