Los besos de Keelan la tenían totalmente hipnotizada, sólo quería derretirse en sus brazos y dejar que él le hiciera de todo. Estaba a su merced y eso la aterraba un poco, pero al mismo tiempo se sentía tan correcto que quería llorar.
Era una nueva Anastasia, una que por fin salió de su cascarón de niña buena y comenzó a luchar por lo que quería. Una Anastasia que era mujer, que aceptaba su feminidad y la explotaba para disfrutar del placer... La misma que en ese momento se prometió que iba a disfrutar lo bueno que la vida le arrojaba y a superar lo malo con valentía.
De pronto, soltó un respingo de sorpresa cuando sintió cómo las manos de su esposo bajaron a su trasero y él la acarició, presionó su carne en sus manos. La masajeó con suavidad y luego con determinación, con posesividad.
Anastasia sintió una necesidad repentina de restregarse en él cómo lo hacían los gatos con sus dueños. Su toque la hacía sentir que la estaba marcando como suya y eso le encantaba.
Keelan respiró profundo, sacando su rostro del cuello de ella, la miró con intensidad.
—¿Estás segura, Anastasia? Después de que hagamos esto no hay más grises para nosotros, será oficial esto y no podrás... —comenzó a decir él con el ceño fruncido, su voz sonando muy ronca por la excitación.
—¡¿Puedes callarte y continuar?!— gruñó ella irritada porque él no le daba lo que quería.
¿Qué era lo que ese hombre no entendía de que ella lo necesitaba con urgencia?
Keelan soltó una risa ronca y unió su frente con la de ella.
—Veamos si sigues tan mandona un par de horas después. —murmuró su esposo y la cargó en brazos.
Ella se colgó de él, deseosa, pasando sus piernas a cada lado de sus caderas.
La brusquedad del movimiento hizo que la toalla de Keelan cayera al suelo.
Sin querer, su miembro rozó instintivamente la entrepierna de Anastasia y ambos soltaron siseos de excitación.
Ella quería bajar un poco para repetir el contacto, pero él la levantó, poniendo sus manos en sus muslos.
—¡Keelan! —gruñó irritada de que no hubiese tomado ventaja para entrar en ella. Él río por segunda vez, asombrado por su impaciencia. Jamás el sexo había sido tan divertido como lo estaba siendo con la impaciente de su esposa.
—Ya voy, amor. —soltó él con cariño, sin siquiera pensarlo. La llevó a la cama y la dejó extendida sobre su espalda. Con Anastasia en esa posición, pudo admirarla sin tapujos.
Ella tenía los ojos entrecerrados de la excitación, arqueó un poco su espalda haciendo que su cuerpo se viera aún más sensual.
Él pensó que iba a venirse en ese mismo momento, con sólo la vista de ella así, tan hambrienta de él. Su piel pálida estaba sonrojada, sus pechos eran hermosos (redondos y firmes) y su vientre era una curva preciosa. Extendió su mano abierta allí, justo encima de donde estaba desarrollándose su hijo, la semilla que él había plantado ahí sin querer... Pero no por eso menos deseada.
Su heredero, el próximo o la próxima Vasileiou.
Verla así, y pensar en que la había dejado embarazada, hacía que Keelan quisiese venerarla.
Sin decir nada, e incapaz de articular palabra, él separó sus piernas.
Y se inclinó hacia su centro. Anastasia lo vio y volvió a irritarse.
—¿Qué crees que haces...? —comenzó a preguntar, pero su pregunta murió en un gruñido de excitación cuando su boca hizo contacto con su centro. —¡Mierda! —soltó un gritito cuando sintió cómo la lengua traviesa de Keelan comenzaba a hacer su inspección en sus carnes.
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ESPOSA SUSTITUTA (Saga Vasileiou I)
RomanceAna nunca ha sido el primer lugar... Pero, después de tanto tiempo sumida en una vida solitaria, por fin la vida le da la oportunidad de hacer algo diferente. Ella finalmente podrá ser alguien en la sociedad griega y, al mismo tiempo, salvará a su...