Anastasia sentía que su cabeza iba a explotar.
Decir que estaba aterrada era poco.
Ella desgarró su garganta pidiendo ayuda.
Keelan se había desmayado porque estaba perdiendo sangre.
Ella no sabía qué demonios estaba sucediendo, sólo que, en cuanto su esposo se desmayó, fue que se dio cuenta de muchas cosas. Entre esas, que había una mancha de sangre gigante en la pared, justo donde su esposo impactó primero cuando se desvaneció.
En el suelo había huellas de los zapatos ensangrentados de Keelan.
Al ver eso, Ana lo intentó girar para conseguir la herida, pero era muy pesado para ella.
Cuando sacó sus manos ensangrentadas de la espalda de él, fue cuando sintió que se moría.
Estaba segura de que estaba viviendo una película de terror.
Había mucha sangre debajo de Keelan, por eso sus manos se habían empapado.
Ella siguió gritando desesperada, pidiendo ayuda.
Bajó a la cocina, para marcar desde el teléfono fijo, pero justo cuando iba llegando, escuchó cómo algo impactaba con el cristal de la sala y la pared de cristal entera se partía en pedacitos.
Era la chica pelirroja que cuidaba a Elian y Eliana.
Anastasia pensó en ella como una heroína en ese momento.
—¿Estás bien? —preguntó la pelirroja en cuanto pudo caminar por encima de los trozos de cristal, intentando llegar a Anastasia.
Pero Ana sólo pensó en regresar con su esposo y subió las escaleras corriendo.
—¡Aquí estoy! —gritó Ana llegando al lado de Keelan. —¡Necesito ayuda, mi esposo está inconsciente! ¡Hay mucha sangre, no sé qué sucede! ¡No quiero que muera! ¡Ayúdame!—gimió en medio del llanto.
Ella escuchó muchos pasos subiendo las escaleras y no pudo evitar llorar más fuerte.
—Despierta por favor, Vasileiou. Te perdono. Te perdono, amor. —susurró entre el llanto, acariciando el rostro de su esposo con sus manos ensangrentadas.
Si Keelan moría ella jamás se perdonaría el haberlo querido dejar.
Jamás se perdonaría que el último recuerdo que él tuviera de ella, fuera peleando y diciéndole que lo iba a dejar.
—¡¿Qué sucedió?! —preguntó la voz de Basil al tiempo que ella lo veía llegar, siguiendo a la pelirroja.
—¡No lo sé, él sólo se desmayó y no sé...! —intentó explicar Ana, pero Basil la ignoró.
Él lo revisó como pudo, mientras la pelirroja llamó una ambulancia.
—Fue una bala. Le dispararon. —soltó Basil en cuanto pudo identificar la razón del sangrado.
—¿Pero en qué...? —comenzó a preguntarse Ana, pero no pudo pensar en eso.
La balacera.
Keelan salió herido en ese momento, pero no lo notó porque estaba rescatándola.
Eso terminó de romper su corazón, pues lo único que se le venía a la mente era que su esposo había estado herido desde que subieron al auto y ella no lo notó.
Ni siquiera el mismo Keelan lo había notado.
Ana estaba totalmente muerta de miedo, su esposo había pasado demasiado tiempo perdiendo sangre y sin recibir atención médica... Y ella lo único que hizo fue gritarle y amenazarlo con dejarlo cuando él le rogaba que se quedara con él.
Ana lloró con más fuerza.
Keelan podía estar más que grave, había demasiada sangre.
Ella podía perder al hombre que amaba en ese momento; la realidad la ahogaba, la asfixiaba.
Minutos después, los paramédicos se llevaban a Keelan y Anastasia iba a su lado en la ambulancia.
Ella era un manojo de nervios, lo único que hacía era llorar a mares. La culpa la estaba enloqueciendo.
¡Él no podía dejarla!
¡Debía sobrevivir para ver crecer al bebé!
Él no podía dejarla, no podía dejar a su hijo sin padre.
Después de que llegaron a la clínica, se llevaron a Keelan y no le permitieron pasar al área donde iban a intervenirlo.
Ella lo observó mientras se alejaba en la camilla, estaba pálido y tan gris que ella soltó un grito de dolor.
Habían perdido tiempo juntos en tantas discusiones, por malas actitudes de parte de ambos... Anastasia estaba muy arrepentida.
Le pedía a Dios, a los dioses o a quien la escuchara que no se atreviera a llevarse a su esposo.
Ella lo necesitaba con ella, sentía que estaba muriendo lentamente cada segundo que él estaba dentro siendo intervenido.
La familia de Keelan llegó, su propia familia llegó, pero ella no escuchaba ni prestaba atención a lo que decían.
Lo único que hacía era rogar y llorar como desquiciada.
Rogaba y rogaba por la vida de ese hombre que había llegado abruptamente a su vida para ponerla patas arriba.
El hombre que la había hecho mujer, que le había enseñado a amar cómo sólo él podía.
Él no podía morir.
—¿Familiares del Sr. Keelan Vasileiou? —preguntó un doctor, saliendo del lugar en el que tenían a Keelan.
Anastasia sintió que perdía las fuerzas del cuerpo al ver cómo el traje del doctor estaba lleno de sangre.
—Shhhh, tranquila. Él va a estar bien. —la tranquilizó la voz de su madre y Anastasia soltó otro grito de dolor.
Le dolía tanto el corazón.
¿Así se sentía morir de dolor? Porque ella sentía que estaba muriendo.
—Necesitamos donantes de sangre... Hemos hecho lo que pudimos con la bala, pero perdió mucha sangre y necesita transfusión con urgencia. —informó el doctor.
—Yo puedo. —ofreció rápidamente la voz de Kal Vasileiou.
—Necesitamos al menos dos. —indicó el doctor y de pronto Ana vio que apareció su suegro, Aquiles Vasileiou, en su campo de visión.
—Es mi hijo, yo también donaré. —dijo el hombre, parecía estar a punto de romper en llanto.
¿Se sentía su suegro tan culpable como ella?
¿Acaso sentía el mismo dolor de sólo pensar en perderlo?
Ana sabía muy bien cómo se sentía su esposo en cuanto a su padre, y ver a ese hombre ahí, triste por lo que le pasó a su hijo, le hizo pensar en que Keelan merecía ver cómo su padre se reivindicaba con él.
Merecía ver cómo ella misma se reivindicaba con él.
Aún tenía mucho que vivir; como hijo, como esposo, como padre.
Luego de que ambos hombres se fueran con el doctor, todos siguieron en la sala de espera, pidiéndole un milagro al cielo.
Anastasia no levantaba cabeza, pero lo que no sabía era que ellos no podían romper el curso de las cosas.
Ellos jamás podrían cambiar lo que estaba escrito en las estrellas.
Algunas horas después, los doctores aconsejaron que se llevaran a Ana a casa.
Estaba embarazada; debía descansar y comer... Sólo que ella se negaba a irse.
Sus padres se pusieron firmes y, como siempre que se trataba de ellos, ella terminó cediendo.
Tanto la operación, como la transfusión estaban hechas.
Sólo quedaba esperar lo mejor.
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ESPOSA SUSTITUTA (Saga Vasileiou I)
RomanceAna nunca ha sido el primer lugar... Pero, después de tanto tiempo sumida en una vida solitaria, por fin la vida le da la oportunidad de hacer algo diferente. Ella finalmente podrá ser alguien en la sociedad griega y, al mismo tiempo, salvará a su...