CAPÍTULO 39

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Al día siguiente, Keelan miraba la pared de su oficina como si ésta fuera a revelarle el secreto mejor guardado del mundo.

El temido secreto para entender la mente femenina.

Aunque no se sentía tan avaricioso... Llegó a la conclusión que con entender la mente de su esposa se conformaba.

Soltó un suspiro al tiempo que se llevó su sándwich a la boca y le dio un gran mordisco.

Estaba cansado, terriblemente cansado.

Sentía nudos en la espalda y dolor en las articulaciones, pero se negaba a creer que los años le estaban pasando factura, lo achacaba todos sus males al mal dormir... Y es que realmente había pasado una noche horrible.

Jamás le había tocado soportar la ley del hielo de parte de alguien y ahora que la conocía, la odiaba. Cuando subió a la habitación, Anastasia aún seguía despierta; así que intentó (sin ninguna clase de éxito) entablar una conversación decente con ella.

La susodicha se mantuvo silenciosa, respondía con sonidos nasales de afirmación o negación cuando lo requería... Como si no quisiera gastar su saliva dirigiéndole la palabra al Vasileiou.

No conforme con eso, durmió muy lejos de él y dándole la espalda; como si le desagradara compartir la cama. La actitud que había estado aplicando desde la noche anterior no le gustó para nada... Se sentía incómodo con ella.

¿Le había dado la espalda a propósito?

Luchó por no pensar en eso más, aún lo hacía, pero le preocupaba el lenguaje corporal de Ana.

Él sabía que el lenguaje corporal decía mucho y temía que ella se hubiese rendido con él. Temía que ella ya no quisiera intentar lo de ser amigos y confiar en el otro, porque recientemente había notado en que necesitaba alguien en quién confiar.

La persona más cercana a él era su abuelo, pero gracias a que el anciano estaba empeñado en hacer su santa voluntad, ya Keelan no confiaba en él.

No es que quisiera hacerle daño directamente, pero sí que se empeñó en mangonearle como se le antojó y eso hizo que su nieto perdiera la confianza en él.

A su padre ya casi ni le veía; pues, por más que Bemus intentó acercarlos, existía una brecha muy grande entre ellos. Aunque Keelan no lo dijo nunca, él no había perdonado a su padre y cargaba con ese resquemor en el pecho. Era una laceración que sólo producía el rencor y dolor de lo vivido.

Entonces, a fin de cuentas, entendió que no tenía a nadie en quién confiar ciegamente. Necesitaba obtener eso, ahora lo entendía.

No estaba mal tener alguien en quién confiar y ella era perfecta para el papel.

Era su esposa y la futura madre de su hijo o hija.

No veía mejor candidata, pensó aceptando que debía dejar atrás algunas de sus formas de pensar erróneas que no le llevaban a ningún lado.

Decir qué pasó la noche en vela era poco, pues se sentía como niño castigado de nada más pensar en que ella se había costado muy enojada con él.

No era que le preocupara realmente lo que pasaba con ella, si no el embarazo y el bebé, o al menos eso era lo que se decía a sí mismo para no sentirse tan extraño como ya lo venía haciendo.

Esa mañana se había levantado muy temprano, se aseó y salió al trabajo, todo eso sin que Anastasia se hubiese siquiera movido en la cama.

Ya en ese momento se encontraba desayunando lo que le pidió a su asistente que comprara por él... Pero el jodido sándwich estaba un poco seco.

ESPOSA SUSTITUTA (Saga Vasileiou I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora