LEXI XXXI

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De todas las tareas que uno debe hacer como adulto funcional, ir al supermercado es de mis favoritas. Me da una sensación de control e independencia, que es muy agradable. Me encanta llevar mi lista de cosas que necesito, e ir agregando alguna que otra cosa para darme algún lujo.

-Leche de almendra-murmuro para mis adentros, mientras avanzo lentamente con mi carro intentando encontrar las cosas que Amara ha pedido. Normalmente desde que vivimos juntas, hacemos esto las dos, pero Amara tenía una reunión esta tarde así que me ha tocado venir sola; espero le esté yendo bien.

Ya es momento de que encuentre un trabajo estable. Por ella, pero también por mi economía. Le he perdonado que compartamos algunos gastos el mayor tiempo que he podido, pero lamentablemente; tampoco puedo hacerlo para siempre. Soy tan solo una simple profesora.

Encuentro la leche y la meto en el carro conforme, me provoca mucha satisfacción poder tachar cosas de mi listado. Veo lo siguiente y una sonrisa se forma inevitablemente en mi rostro, galletas.

Ya sé que galletas dulces no es precisamente algo de primera necesidad, pero la verdad, muchas veces el azúcar me mantiene a flote; sobre todo en los malos días y ahora que comienza el invierno, seguro tendré más de alguno. El frío no es mi mejor compañero.

Encuentro mi pasillo favorito y entro en él como niño en tienda de dulces. Si fuese por mí, llenaría mi carro ahora mismo con un paquete de cada variedad, dos por si acaso. Pero ni mi estómago ni mi cuenta bancaria lo soportaría. Elegir, que difícil.

Estoy por tomar unas galletas de limón, que son mis favoritas, cuando siento que chocan mi carro por delante. Casi de forma automática pido disculpas, aunque no he sido yo quien ha provocado el accidente, pero es parte de mi personalidad complaciente. Cuando levanto mi mirada y me encuentro con la de Thomas, mis dedos pierden el control dejando caer el paquete de galletas al suelo.

-No te pongas nerviosa-dice riendo. Sus ojos me observan sin parpadear, y desvío mi mirada rápidamente agachándome para recoger las galletas, intentando recobrar la compostura. Respira, está todo bien, no muestres debilidad.

Sé bien que no es casualidad que esté allí. En los tres años que llevo viviendo en esta zona, jamás me he topado con él en este supermercado, e inevitablemente uno comienza a reconocer a quienes viven cerca. Además, su carro está completamente vacío, y dudo que haya sacado un carro para llenarlo tan solo de galletas y chocolates, viniendo directamente al pasillo del fondo.

Me pongo de pie, intentando fingir que todo está bien, pero no lo está. Siento mi pulso en mi cuello muy fuerte, como si de pronto fuese a estallar, y mis manos comienzan a temblar solo un poco, puedo controlarlo, puedo disimular.

Meto mis galletas en el carro, y me dispongo a darme la vuelta para irme de allí tan rápido como me sea posible, pero Thomas se adelanta y sujeta el carro impidiendo que me dé la vuelta. Esto no está nada de bien.

-No es necesario que escapes-sigue mirándome sonriente. Lo está disfrutando. Debo haber estado muy loca para haber creído alguna vez que tenía una bonita sonrisa, más bien es aterradora. -Somos solo dos personas encontrándose en el supermercado.

Claro que no. No somos tan solo dos personas encontrándonos en el supermercado, no soy tan estúpida. -No escapo, tengo cosas que hacer-digo, intentando que mi voz suene lo más estable y calmada posible, pero no sé si lo he logrado.

-Limón, tus favoritas-apunta mis galletas, pero no suelta el carro un solo segundo. Odio que recuerde las cosas que me gustan, odio que me recuerde que alguna vez existió algo entre nosotros.

-Suelta-le digo seria. Para mi sorpresa suelta el carro al instante, levantando las manos y riendo. No esperaba que accediera tan fácil, pero me da oportunidad de irme de allí lo más rápido que pueda. Comienzo a dar la vuelta y esta vez no es mi carro lo que agarra, sino mi mano. Siento su calor, y en vez de quemar, congela.

-Suéltame-le ordeno, intentando desprenderme de su agarre. El tacto de su piel se siente como ácido, como si fuese a perder cada pedazo de mí que está tocando. No hace caso, sino que aprieta más fuerte, provocándome dolor y haciendo que mi pulso se descontrole más todavía. -Thomas, suéltame-digo más fuerte. Mi nerviosismo y miedo se ha transformado en rabia, y haré lo que sea para que me deje.

-Dile a tu noviecito que no vuelva a ir a molestarme a mi trabajo-susurra acercándose a mi oído. Puedo sentir su aliento, y me provoca nauseas. No puedo creer que alguna vez haya sido capaz de besar a esa basura. El solo tenerlo cerca me descompone. No tengo la menor idea de qué está hablando, pero no es mi momento para averiguarlo, solo quiero que deje de tocarme, que saque sus manos de mí y poder desaparecer rápidamente. Intento soltarme, pero vuelve a asegurar su agarre, es muchísimo más fuerte que yo, y estoy en total desventaja.

-Me haces daño-digo casi suplicante. Siento mucho dolor y mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas de furia. Quisiera ser más fuerte, quisiera ser capaz de simplemente soltarme y largarme. Odio que sepa lo débil que soy en comparación a él; lo sabe, lo usa, y le saca provecho.

-La próxima vez que lo vea, lo mataré-ríe en mi oído. Mis ojos se encuentran con los suyos y lo que veo en ellos no es nada bueno, es maldad. Lo sé porque he visto esos ojos otras veces, justo antes de que me agarra para impedirme salir con mis amigas, o cuando me gritaba que era una puta por usar falda; esos ojos, no los olvido.

-No te atrevas a tocar a Luca-le digo acercándome más a su rostro. No me dejaré someter por él nunca más en mi vida, podré ser débil en fuerza, pero si hay alguien inferior aquí, es él. -Deja de seguirme, o llamaré a la policía.

Me mira divertido, sin soltarme; como si estuviese realmente disfrutando el verme sufrir. Lo odio tanto en este momento, que sería capaz de matarlo si tuviese la oportunidad, con tal de alejarlo de mí, podría atropellarlo con el carro.

Forcejeo intentando nuevamente que me suelte, pero no quiere, y aprieta más aún. Ya casi no siento mis dedos y hago lo único que se me ocurre. Le pego una patada en la pierna, con la mayor fuerza que tengo, rogando que sea suficiente para que me suelte, pongo todo de mí, como si fuese el trabajo más importante de mi vida.

Por suerte para mí, lo es; y grita de dolor saltando hacia atrás, soltándome. No pienso desperdiciar mi oportunidad de escapar, así que abandono mi carro y corro hacia la salida, sin mirar atrás, antes de que pueda alcanzarme. Espero aunque sea haberle quebrado algo.

Cuando llego al estacionamiento corro hacia mi auto, lo más rápido que puedo y al subirme ni siquiera me pongo el cinturón de seguridad cuando ya estoy apretando el acelerador con todas mis fuerzas.  

EL SOL EN TU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora